«Estamos ante los mejores profesionales que ha tenido la enología de nuestro país, los más formados y preparados de la historia», presume el presidente de la Asociación Catalana de Enólogos, Pere Camps. Lo hace en el marco de una convocatoria que ha reunido varios enólogos y enólogas en la bodega de Penedès Jovani Vins con el objetivo de hacer balance de la última vendimia, la de 2023. Un encuentro periódico que cada año permite poner sobre la mesa las casuísticas y características que van marcando cada una de las nuevas añadas que suman al mercado.
El presidente suelta la frase cuando hace balance del encuentro, donde plana en el ambiente cierto desaliento por la realidad vitivinícola del momento. Hay regiones en las cuales la sequía está matando cepas, y, en consecuencia, compromete la sostenibilidad y viabilidad de la vida de campesino. Una realidad, y así lo apuntalan algunos de los profesionales al encuentro, que no solo afecta el individuo, el propietario de las fincas, sino que pose en jaque la economía de muchos municipios, comarcas y territorios de Cataluña que, directa o indirectamente, viven del sector primario.
«Adaptarse o repensarse. Para sobrevivir»
Si no llueve, y las previsiones no apuntan lo contrario, el futuro de la viticultura está en entredicho. Y aquí volvemos a la frase inicial del artículo. «Somos afortunados de contar con profesionales muy bien formados, viajados, con larga experiencia y profundos conocimientos del que hacen», porque ahora mismo todo el aprendizaje será necesario. Imprescindible, diría yo, «Los libros de viticultura ya no nos sirven», comenta uno de los enólogos asistentes. Porque la realidad ha cambiado, las maduraciones son diferentes, los pH son más altos, varían las percepciones organolépticas de los vinos.
Ahora será momento de ir a una, de tejer alianzas, y de repensar, si hace falta, las prácticas, las técnicas o la manera de entender el trabajo, tanto a la viña como a la bodega. Adaptarse o repensarse. Para sobrevivir. Ahora mismo, toda esperanza es vida.



