Menorca vuelve a mirar hacia la tierra. En un rincón privilegiado de la isla, muy cerca de la icónica playa de Macarella, hay quienes han decidido recuperar un paisaje y también una tradición vitivinícola que durante décadas había quedado en la sombra. Es Torralba, una finca de casi 200 hectáreas, de las cuales 23 ya están plantadas de viñedo, con un proyecto que ha irrumpido con fuerza y ambiciosos objetivos. Su irrupción marca un antes y un después en el relato del vino menorquín.
Un paisaje redibujado
El proyecto comenzó a andar en 2016, con lo que entonces parecía solo una finca abandonada. Pero bajo esa tierra dormida, había potencial. Se realizaron más de 40 sondeos de suelo para determinar qué plantar, cómo y dónde. Se recuperaron más de cinco kilómetros de pared seca y se puso en marcha un plan forestal a varios años vista para regenerar el bosque. Un proyecto de largo recorrido, con capital familiar francés, liderado actualmente por Alejandro Feu, exdirector de Bodegas Torres, y el enólogo Jordi Calvo, que lleva más de 25 años de experiencia continuada en el sector. “Cuando vi la finca me enamoré”, reconoce Calvo. “Era empezar de cero, pensar los vinos, hacerlos crecer, construir un relato.” A diferencia de otras bodegas de la isla, que trabajan en pequeñas parcelas, Torralba destaca por su extensión y su paisaje ordenado, con viñas en vaso y en secano, cuidadas como un jardín. Se han plantado variedades adaptadas al Mediterráneo como la malvasía, la monastrell, el cabernet y especialmente, la garnacha blanca y negra.
La garnacha como emblema
La gran apuesta de Torralba ha sido la garnacha, una variedad rústica, resistente a la sequía y con un alto potencial enológico. Cuando Jordi Calvo se incorporó al proyecto en julio de 2023, decidieron impulsar la incorporación de la garnacha blanca a la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Vino de la Tierra Isla de Menorca, hecho que no se producía desde la creación de la IGP. El proceso se llevó a cabo en tiempo récord, gracias al apoyo técnico y a la calidad demostrada en los primeros vinos. “En Menorca, la garnacha da unos vinos muy diferentes de los de la península. Aquí son más frescos, con un punto de salinidad, ligeros, pero con presencia”, explica Calvo. “Creo sinceramente que la garnacha blanca puede ser una gran embajadora del vino menorquín.”

En estos dos años de producción, la bodega ya ha puesto en el mercado insular sus primeros vinos. Se trata del Alba Blanca (con versiones de malvasía y garnacha blanca), el Alba Rosé (un rosado fino y aromático elaborado con monastrell) y Alba Negra (con monastrell y cabernet como monovarietales). La producción ha pasado de 7.000 botellas en 2022 a 29.000 en 2024, con el objetivo de alcanzar las 100.000 a medio plazo.
Calidad desde la cepa hasta la botella
El método de trabajo de Torralba es claro, con una mínima intervención y máxima calidad. El cultivo es en secano y toda la vendimia se realiza a mano. La uva se recoge en cajas pequeñas, se mantienen a baja temperatura y se procesan con mucho cuidado. La elaboración se hace de momento en una nave del polígono de Ferreries, mientras se espera el permiso para construir la bodega en la misma finca. Los vinos se definen como mediterráneos, elegantes, frescos y con una fruta limpia. El trabajo con las lías, las fermentaciones lentas y el uso combinado de madera y acero inoxidable en algunas referencias donde buscan complejidad y persistencia sin perder la agilidad en boca. Todo ello con un estilo que invita a disfrutar: “Queremos vinos que te pidan un segundo sorbo”, dice Calvo.
Reconocimiento y proyección
En estos dos años, Torralba ya ha conseguido nueve medallas de oro en concursos internacionales como el Grenache du Monde, Vinalies, o Bruxelles, y recientemente un Gran Oro en Bachus. Un éxito que, según Alejandro Feu, “es un reconocimiento al trabajo bien hecho y una muestra de que en Menorca se pueden hacer grandes vinos, capaces de mirar de tú a tú a los blancos de la península, Francia o Italia.” El proyecto contempla también, a medio plazo, un agroturismo de doce habitaciones y la producción de aceite de oliva para consumo interno. Todo ello, siguiendo criterios de sostenibilidad y integración con el paisaje, huyendo de modelos turísticos intensivos. Pero desde Torralba, tienen claro que este camino no lo pueden hacer solos. “Somos como una piña”, dice Calvo. “Las bodegas de la isla nos apoyamos mutuamente. La ambición está, la calidad también. Ahora toca continuar trabajando y ganar visibilidad.” Torralba no solo ha llegado para quedarse, sino para ayudar a poner la isla en el mapa del vino mediterráneo. Y lo hace con una mirada nueva, con respeto por el pasado y con la voluntad de construir un futuro vinícola sólido y brillante.