La crianza de un vino es mucho más que un proceso técnico: es su memoria, la huella que deja el tiempo, el diálogo entre la uva y el recipiente que la acoge. En Cataluña, tierra de contrastes climáticos y variedades de uva muy diversas, la forma en que un vino madura tiene un papel fundamental en su personalidad final. Desde las barricas de roble más clásicas hasta huevos de hormigón o ánforas de barro recuperadas de la tradición ancestral, las opciones son variadas y cada vez más creativas.
En Cataluña, la crianza no es solo un paso técnico, sino un lenguaje con el que cada elaborador cuenta una historia diferente. El clima mediterráneo, las variedades autóctonas como la garnacha, el xarel·lo o el sumoll, y la diversidad de territorios hacen que las posibilidades sean casi infinitas. Los consumidores cada vez muestran más interés por entender qué significa “crianza” más allá de la etiqueta. Saber que un vino ha pasado por ánfora, foudre o depósito de hormigón nos da pistas sobre su textura, aromas y potencial de envejecimiento. Al final, más que elegir entre madera, hormigón o barro, lo que importa es que la crianza sea coherente con la uva, el territorio y la intención de quien lo elabora. Cataluña, con su mezcla de tradición e innovación, tiene mucho que decir… y beber. Desde Vadevi exploraremos las crianzas más habituales en Cataluña, sus características y cómo influyen en el perfil aromático y gustativo del vino, con ejemplos de zonas donde se emplean habitualmente.
Crianza en barrica de roble: el clásico atemporal
El roble, especialmente el francés y el americano, sigue siendo la herramienta más reconocida para afinar y transformar los vinos catalanes. La crianza en barrica aporta microoxigenación lenta, suavizando los taninos en los vinos tintos y añadiendo complejidad aromática.
- Roble francés: suele dar notas finas de vainilla, especias dulces y un toque tostado sutil. Es habitual en vinos de gama alta de zonas como el Priorat, el Montsant o el Penedès.
- Roble americano: aporta aromas más marcados de coco, vainilla y eneldo, con una presencia más evidente de la madera. Aún está presente en algunos tintos del Penedès o del Pla de Bages, especialmente en elaboraciones inspiradas en estilos clásicos.
La duración de la crianza puede variar mucho: desde los 6-8 meses en vinos jóvenes con un toque de madera hasta los 18-24 meses en crianzas largas. En Cataluña, muchos elaboradores combinan barricas de diferentes usos y tamaños para buscar el equilibrio entre fruta y madera.

Crianza en barricas grandes o foudres: volumen y frescura
Las barricas grandes (de 1.000 a 5.000 litros) o foudres permiten una maduración más lenta y menos marcada por las notas de madera. Son ideales para conservar la frescura y la tipicidad de la uva, especialmente en zonas donde se quiere expresar más el carácter del terruño que la influencia del roble. Este formato es especialmente común en elaboraciones del Penedès, el Montsant, el Empordà y la Conca de Barberà, tanto en vinos tintos como blancos. El resultado es un vino con taninos más pulidos y una expresión más directa de la variedad.
Huevos y depósitos de hormigón: microoxigenación y energía natural
Los huevos de hormigón se han convertido en una de las tendencias más visibles de la última década en Cataluña. Su forma ovalada crea corrientes naturales dentro del vino, manteniendo las lías en suspensión y aportando volumen y textura sin influencia aromática de la madera. Además de los huevos, también se utilizan depósitos de hormigón en forma de cubo, que ofrecen características similares en cuanto a la microoxigenación y la neutralidad aromática, pero con una gestión más fácil en el ámbito de almacenamiento y limpieza. Estos recipientes se emplean tanto en vinos blancos como tintos, con presencia destacada en zonas como el Penedès, el Empordà y la Terra Alta. Los vinos criados en hormigón suelen mostrar frescura, estructura y una boca más amplia.
Ánforas y barro: un puente con la historia
El uso de recipientes de barro para criar vino es una técnica milenaria que ha vivido una recuperación gracias a la influencia de los movimientos de vinos naturales y de mínima intervención. La ánfora es ligeramente porosa, y eso permite una microoxigenación suave y aporta un toque mineral o terroso. Este tipo de crianza es especialmente presente en la Terra Alta, el Montsant, el Empordà y el Penedès. En vinos tintos ayuda a preservar la fruta pura, mientras que en blancos y rosados aporta tensión y frescura.
Crianza sobre lías: frescura y untuosidad en blancos y espumosos
En vinos blancos y espumosos, la crianza sobre lías finas (sur lie) es una práctica muy extendida en Cataluña, especialmente en denominaciones como Penedès, Alella o Costers del Segre. Las lías aportan untuosidad, estabilidad y notas de brioche o frutos secos, dependiendo del tiempo de contacto. En el caso de los espumosos de larga crianza, este contacto puede prolongarse durante años, dando como resultado vinos cremosos, complejos y con gran capacidad de guarda.
Crianza oxidativa: el carácter del tiempo y el aire
Aunque menos habitual en vinos secos, Cataluña conserva tradiciones de crianza oxidativa en vinos dulces o rancios, especialmente en el Empordà, el Priorat y la Terra Alta. Este estilo implica una exposición controlada al oxígeno, que genera aromas de frutos secos, melaza y especias. En algunos casos, la crianza comienza con el vino en damajuanas de vidrio expuestas a la luz y el calor, y después continúa en barrica durante años, logrando una concentración e intensidad únicas.
La combinación de crianzas: el arte de hibridar técnicas
Cada vez más, los elaboradores catalanes combinan diferentes tipos de crianza para lograr complejidad. Un vino puede pasar unos meses en hormigón para ganar textura, posteriormente unos cuantos meses en barrica grande para redondear taninos, y finalmente un período en botella antes de salir al mercado. Esta práctica es habitual en zonas como el Penedès, el Montsant y el Empordà, y responde a la voluntad de conseguir vinos equilibrados que combinen estructura, frescura y expresión varietal.