En un mundo donde cada botella de vino compite por captar la atención del consumidor en cuestión de segundos, la etiqueta se ha convertido en mucho más que una simple cubierta. Es la carta de presentación, el primer relato, la promesa de una experiencia. En un mercado diverso y saturado como el del vino, especialmente el de los vinos naturales y de pequeños productores, el diseño de etiquetas se ha erigido en una herramienta clave para transmitir valores, diferenciarse y conectar emocionalmente con el público.
Cada vez más, las bodegas confían en artistas y diseñadores locales para dar forma visual a su filosofía. Y los vinos naturales, menos sujetos a convenciones, a menudo se atreven más: son los que abren camino hacia etiquetas más libres, disruptivas y con personalidad propia.
Etiquetas hechas con cuidado
“Teníamos claro que queríamos salir de las etiquetas tradicionales con fondos blancos”, explica Christian Buono, coordinador del proyecto Coop-era, en Vadevi. “Buscábamos a alguien que entendiera los valores sociales del proyecto y los pudiera transmitir con ilustraciones. Lluís Masachs (ilustrador vilafranquino) lo clavó: cuatro etiquetas diferentes, pero conectadas entre ellas, con personas dándose la mano para simbolizar la cooperación y el apoyo mutuo”. Este enfoque no solo refuerza el relato del vino, sino que invita a una compra más consciente y responsable.
Esta aproximación más sensible y artística es especialmente viva en el mundo del vino natural, donde muchos productores huyen de las convenciones del sector. Según Ingrid Picanyol, directora creativa y fundadora de Ingrid Picanyol Studio, “hacer una etiqueta de vino es el proyecto que todos quieren hacer desde que estudian diseño gráfico”. Sin embargo, tardó ocho años en recibir su primer encargo de una etiqueta de vino, de la mano de Jaume Jordà, distribuidor de vinos naturales.
Tal como explica Picanyol, el proyecto fue muy bien y de allí comenzaron a llegar más encargos: “Jaume tiene una mirada honesta, valora la singularidad y es muy exigente. Ha sido un referente y muchos productores le confían el criterio”.

Los pequeños productores se entregan al arte
Desde el estudio Principi, también trabajan para crear identidades de marca en el mundo vitivinícola que rompen moldes. “Hacer una buena etiqueta es un proceso largo. Hay que pensar toda una línea, un sistema que funcione y cuente el relato del vino más allá de la botella”, explica Albert Porta, cofundador del estudio Principi. Para él, el cliente de vino natural es especialmente receptivo: “Es un tipo de productor muy abierto mentalmente y dejan mucha libertad a la creatividad”.
Esta libertad creativa ha dado lugar a etiquetas que van mucho más allá de construir una narrativa visual y hablan de la historia de los productores. “Cuando trabajamos en el proyecto Enlaire, queríamos que no se pareciera a nada más”, dice Picanyol. Por eso, las etiquetas de Enlaire son minimalistas y están inspiradas en objetos que representan la bodega y la historia de la familia que lo elabora. “Los vinos se llaman como los objetos”, dice Picanyol. A modo de ejemplo, están el vino Agulles de plata, el Estoig homepàtic, las Arracades de la Mar o el Petard de l’Aran.
El diseño, clave en la revalorización
“La etiqueta no hace el vino, pero puede ayudarlo a ser escuchado”. Esta sentencia de Picanyol evidencia que la fuerza de estos diseños radica en la capacidad de explicar el proyecto, el territorio y la visión del productor sin decir una sola palabra. De hecho, muchos pequeños productores han abierto camino con etiquetas valientes y han obligado a marcas más grandes a fijarse en ellas.
Así pues, más allá de la uva y la barrica, hoy el vino se juega también en la mesa de dibujo. Y en este juego, los artistas locales y los diseñadores comprometidos tienen mucho que decir. Porque una etiqueta no es solo una fachada: es una invitación a entrar.