El vino, desde las primeras civilizaciones, ha sido visto desde dos perspectivas. De entrada, la positiva, que se asocia a beber vino con moderación como un hábito saludable, que ayuda a la conversación y hace disminuir las tensiones. El vino como vínculo civilizador es presente a todas las celebraciones y fiestas de la antigüedad, de las religiosas y dedicadas a los dioses, a las colectivas no religiosas, es presente a los banquetes privados y a los banquetes funerarios, forma parte de los simposios griegos y del comissatio romano, son las largas sobremesas donde reflexionaban y hablaban horas y horas, el ritual del vino varía del mundo griego al romano y a lo largo de los siglos, y comparten pautas como el beber vino mezclado con agua.

El gran filósofo griego Platón (427-347 a. C.), a su obra La República describe una sociedad ideal, una utopía de reflexión social y política en 10 libros, al segundo describe como la gente se imagina que comerá y beberá, panes, pasteles servidos sobre hojas, quesos, olivas y productos de la tierra y beberán vino (…) ellos y sus hijos disfrutarán bebiendo vino, adornados con coronas y cantando himnos a los dioses. (…) y harán cocer murtas y bellotas a las brasas, bebiendo con moderación. Es así que pasarán la vida en paz y salud (Ll. II, 372 b-d).

Desde la otra punta de mundo, en la Asia, el filósofo chino Confucio (551-479 a. C.) nos dice del vino que «no se tiene que comer los alimentos, ni muy cocidos, ni muy crudos, ni cosas fuera de temporada, ni ningún plato que no esté muy condimentado, el vino puede beber el que quiera, mientras no provoque desórdenes (Libro X, 7-8)».

Fresco, frutas secas sobre plato de plata y copa vidrio con vino. Casa dei Cervi, Ercolano, Italia

Está mal viste emborracharse

La otra mirada hacia el vino es negativa: tiene que ver con el abuso del vino como causante de desórdenes y como responsable de destrozar los nervios. En la antigüedad estaba muy mal visto beber vino sin mezclarlo con agua, beber sin compañía y emborracharse, era una desgracia y llevaba a la locura, a pesar de que ir un poco bebido y con amigos era frecuente.

«Por Hércules, me han bien ensarronat: el vino que he bebido me ha bien ha habido! Mientras yacía en el triclinio, como creía estar del todo seré». Comedias de Terenci (184 – 159 a. C.).

El filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.) en su Problema XXX, dedicado al estudio de la melangia y la tristeza de los hombres, valora los excesos y los cambios de carácter a medida que se beben copas de vino:

(…) Se verá que el vino conforma los caracteres más varios si se atiende como transforma despacio a los que lo beben: pues aquellos que cuando están sobrios son fríos y taciturnos, se vuelven más charlatanes cuando han bebido un poco en exceso; si beben algo más se ponen grandilocuentes y jactanciosos, y cuando pasan a la acción, desenfrenados; si beben todavía más se ponen insolentes, y después furiosos; mientras que un exceso muy grande los debilita por completo y se vuelven tan estúpidos (…) El vino hace también amorosos los hombres; esto se demuestra porque al ebrio se le puede inducir a besar, incluso en la boca, a personas que, por su aspecto o por su edad, nadie besaría estando sobrio. Aristóteles (Problema XXX 1).

«La noche y el amor no aconsejan ninguna moderación»

Pero el poeta Ovidi (43 a. C.-17 d. C.) no opina el mismo. En su obra Ars Amatoria o El arte de estimar deja escrito que «la noche, el amor y el vino no aconsejan ninguna moderación«.

Esta dualidad del vino continúa en la época medieval a la zona cristiana, el vino era una fuente de salud. El médico Arnau de Vilanova (1238/40?-1311) escribió un tratado sobro del vino con fines terapéuticos, Liber de vinis. Francesc Eiximenis, escolástico y escritor del siglo XIV, escribió Lo Crestià, inacabado, donde hay varios capítulos dedicados al vino y a la embriaguez, donde compara naciones por cómo beben y recomienda beberlo con moderación.

Nuria Bàguena es historiadora, gastrónoma y experta en época medieval.

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