En un mundo donde el ritmo se acelera y la uniformidad se impone, la mano del artesano resiste como un gesto antiguo cargado de sentido. En el universo de la coctelería, donde cada detalle cuenta, todavía hay espacio para una copa tallada a mano, para un vaso que no sale de una cadena de montaje sino de un pequeño taller con memoria. Es el caso de Toni Moya, el último artesano que sostiene una empresa dedicada a tallar el vidrio en el territorio (y en España).
Su historia comienza en el año 1952, cuando José Antonio Moya abre Cristalerías Moya en el barrio de Les Corts. Aquel paisaje fabril que compartía con Sants y La Torrassa bullía de talleres, donde había más de veinte dedicados a dar forma y carácter al vidrio. En los años setenta, el vidrio tallado era sinónimo de elegancia. Hoy, solo queda Moya, trazando líneas sobre el vidrio con la precisión de quien conoce cada milímetro, cada gesto, cada silencio que exige el oficio. Desde Vadevi hablamos con él para descubrir este oficio en peligro de extinción.
¿Cómo comenzó en el oficio?
Comenzó casi sin querer. Tenía 14 años y, en verano, cuando terminaba el colegio, mi padre no quería que pasara el día vagando por la calle con los amigos. Me hacía venir al taller a barrer, preparar pedidos o marcar material.
¿Entonces es una tradición familiar, no una decisión personal?
Comenzó como una tradición. Yo estudiaba electrónica, pero los veranos los pasaba rondando por el taller, observando. Un día mi padre me puso frente a una muela para que comenzara a hacer los primeros cortes sencillos, que no fueran peligrosos, y poco a poco me fui enganchando. Cuando regresé de La mili, con 18 años, lo tuve claro: era mi pasión. Decidí darme de alta en la empresa y continuar el legado.
¿Cómo definiría su estilo como cristalero artesano?
Siempre hemos sido muy exigentes con la calidad. Nos ha dado miedo cobrar de más, pero nunca hemos escatimado en detalle ni en horas. Cada pieza debe salir perfecta y es única, una pequeña obra de arte.
¿Cuánto tiempo se necesita para hacer una copa a mano?
Depende mucho del tipo de copa y del diseño. Hay tantos estilos y formas de cortar que es difícil dar una respuesta única. Cortar una copa puede llevar diez minutos… o dos horas. Esta tarde, por ejemplo, he estado horas con unas copas de agua y de vino: buscando la simetría, perfeccionando cada línea. El tiempo es relativo cuando trabajas con precisión.
¿Qué diferencia hay entre una copa artesanal y una de fabricación industrial?
Lo que hacemos nosotros es totalmente diferente. No solo por la técnica, sino por la intención. Nuestro cliente principal son las coctelerías de calidad, como el Boadas, el Dry Martini, el Ideal, el Solange o el Tandem. También vienen muchos particulares, a menudo por el boca a boca: para hacer regalos personalizados, copas con iniciales, restauraciones de piezas antiguas… Trabajamos incluso para anticuarios. Es un abanico amplio, pero todos buscan una cosa: piezas únicas con una historia detrás.
¿Los elementos de una copa (forma, grosor, tamaño…) pueden influir en la degustación?
Sí, pero en nuestro caso, el corte es puramente estético, porque se hace siempre por fuera de la pieza y no afecta el contacto con la bebida. Lo que sí influye es la forma y el grosor. Una copa tallada, bien equilibrada, con un buen diseño, hace que la bebida luzca mucho más. La vista también forma parte de la experiencia. Hace poco una clienta quería vasos de chupito lisos, pero cuando vio los tallados… cambió de idea. La diferencia se nota, y mucho.
Por lo tanto, ¿una copa puede empobrecer una experiencia?
Totalmente. Yo siempre lo he defendido. Para cada cóctel hay un vaso adecuado. Y no solo por el tipo de bebida, sino por el diseño y la estética del local. Por eso hago cortes personalizados para cada coctelería. Son como un traje a medida. Es la presentación, el espectáculo, y eso marca la diferencia.

¿Ha colaborado con sommeliers o bartenders para crear copas específicas?
Sí. Hace años daba clases dentro de un programa de extensión universitaria para futuros bartenders. De hecho, fue idea de un bartender, Javier de las Muelas, que me propuso hacer una sesión sobre la importancia de la cristalería en la coctelería. Fue muy enriquecedor, porque pudimos transmitir el valor real de la pieza hecha a mano.
¿Cuál es la salud actual del sector de la artesanía del vidrio en Cataluña?
Triste. De la generación de mi padre no queda nadie. Los conocía a todos, de toda España. Eran cientos. Pero nadie ha seguido el oficio. Nosotros, después de 73 años, todavía resistimos. Y de hecho, ahora me vienen clientes de Madrid porque allí han cerrado cortadores de referencia.
¿Cree que el consumidor vuelve a valorar la artesanía?
Cada vez más. La gente se da cuenta de que una pieza hecha a mano, con cuidado, no tiene nada que ver con un producto industrial. Cuando compras una copa tallada a mano no solo adquieres un objeto: compras historia, identidad, diferencia.
Hábleme de modas… ¿cuáles son las tendencias actuales en diseño de copas?
Como pasa con la ropa, todo vuelve. Hace años se llevaban los cortes muy cargados, luego vinieron diseños más limpios, más minimalistas… Y ahora vuelven las formas clásicas, las líneas antiguas.
Y para terminar: ¿cuál sería la copa perfecta?
La que refleja el alma de quien la pide y el carácter del lugar donde será servida. Una copa perfecta no es solo una cuestión de forma, sino de intención. Debe tener equilibrio, belleza, coherencia con lo que contiene y con quien la bebe.
