El vino y el amor han hecho juntos un largo camino, los podemos rastrear a través de los tiempos y de la literatura, sobre todo de la poesía, porque juntos conforman un arquetipo lírico. Beber vino en la antigüedad, era considerado imprescindible para la sociabilidad, para poder hablar distendido, para dialogar y sobre todo para amar.

El vino en la antigüedad ha tenido un rol importante en cuestiones del corazón. Como filtro de amor, siempre que se beba con medida, consideraban que liberaba la mente y el cuerpo, que dejaba fluir el amor. Hablaba de ello Ovidi en el Ars Amatoria, tres libros donde el poeta romano enseña el arte de la seducción: el primero va dirigido a los hombres; el segundo enseña como mantener el amante, y el tercero lo dirige a las mujeres.

Eros podía disparar la flecha tras haber bebido demasiado vino

El vino y el amor también los encontramos asociados a la mitología griega. Dionisio, el dios del vino y la viña, del teatro, del arrebato y de las fiestas, de los banquetes y las orgías, el gran protector de los humanos, fue uno de los amantes de Afrodita, diosa del amor, la belleza, el placer, la pasión y la fecundidad; juntos tuvieron a Priap, símbolo del instinto sexual, de la fecundidad de la natura, protector de los jardines y las viñas.

Otro miembro del Olimpo es Eros, según una tradición, hijo de Afrodita, y el responsable del amor va disparando flechas a los mortales: si el amor sale torcido, puede ser que Eros lo haya hecho expresamente o quizás ha disparado la flecha del amor tras haber bebido demasiado vino (y segundos parece, lo hacía a menudo, de aquí tantos líos).

Hablar de amor y vino es inseparable del Cántico de los Cánticos del Rey Salomón, el poema del éxtasis y el amor sublime, descrito intermediando, los sentidos y el amor pasional en un diálogo y haciendo símil con el vino, las viñas y otros vegetales, como las manzanas, las palmeras, incluso con las pasas:

Avivamos con pasteles de pasas,
refréscame con manzanas,
porque estoy desmayado de amor.

Cántico de los Cánticos (2.5.)

«Entonces, tus pechos serán para mí
como racimos de viña,

y el aroma de tu aliento, como el de las manzanas;
tu habla, como el buen vino,
que suavemente penetra el amor mío
y se pierde entre los labios adormilados«

Cántico de los Cánticos (7. 8.)

De Lamartine a Victor Hugo

Pero, hablar de vino y poesía es también transportarse en el siglo XIX, a Lamartine (1790-1869) que creció entre viñas y es inseparable de su vida y de su obra; a Victor Hugo (1802-1885) escribió el poema La verdad es en el vino, Le Vrai dans le vin (1865), pero, el poeta que canta al amor y al vino es Baudelaire, precursor del simbolismo, como otros artistas e intelectuales del siglo XIX, encontraron en el vino un camino de evasión, en su obra Las Fleurs lleva Mal, publicadas 1857, contiene 5 poemas dedicados en el vino, en cuatro lo considera como un amigo, un aliado que le consola, la ayuda a olvidar la mezquindad de la vida y a la vez lo libera a la percepción real del conocimiento y en uno expone los peligros del vino, a Le vin del assassin. El vino de los amantes desea que el vino lo transporte en un mundo imaginario y placentero:

Partimos cabalgando sobre el vino.
¡Por un cielo mágico y divino!

(…)
Huiremos sin descanso ni treva,
Hacia el paraíso de mis sueños!

Y si en pequeñas dosis el vino es el aliado del amor, también bebido en medida puede curar el mal de amor, apaciguar el dolor: Desafortunados aquellos que no pueden entregarse al amor con libertad, ni pueden ahogar las penas a la dulzura del vino…, decía Horacio en sus Odas (XII).

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