Jesús de Nazaret, siguiendo la terminología del profesor Lluís Busquets, es un icono del misticismo. Su vida, y sobre todo, sus milagros son absolutamente imprescindibles para entender muchas sociedades. En particular, la nuestra. ¿Alguien podría imaginar la vida del protagonista principal de la iglesia cristiana sin un elemento indispensable de la cultura catalana como es el vino? En Cataluña el vino hace sangre, y también celebra la Semana Santa; es decir, la Pascua judía reconvertida en el recibidor de la gran casa del cristianismo milenario.
Unos días programados para dar la bienvenida a la plenitud del cambio de estación y la mona y despedir la rancia Cuaresma. Es costumbre también estos días de procesiones, vacaciones minimalistas o repositorios revivir en algún formato, sobre todo televisivo, la vida de Jesús de Nazaret. Forman parte del costumbrismo las películas de romanos donde el místico de Judea es protagonista directo o indirecto. Ben-Hur o Jesús de Nazaret de Franco Zeffirelli, son ejemplos históricos y con la base del relato de los cuatro evangelios digamos oficiales.

El primer milagro
Precisamente, los Evangelios relatan la relación extraordinaria de Jesús y sus discípulos con el vino. De hecho, el primer milagro descubierto por los evangelistas es el de las Bodas de Caná. La boda del «tercer día» donde Jesús tuvo la buena idea de convertir el agua en vino. ¡Qué gran milagro! Juan explica que seis grandes tinajas de cien litros llenas de agua se transformaron en seis tinajas llenas de un vino extraordinario. «Así comenzó Jesús sus señales prodigiosas en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él», escribe Juan.
Tiene su gracia que el primer milagro explicado tenga como protagonista el vino. Además, en un contexto que los investigadores sitúan en el «tercer día», es decir, la jornada de renovación de la alianza entre los judíos y Dios. Es decir, el vino como sello de la unión de una comunidad. Otros historiadores van más allá y recuerdan, con destreza, que Jesús cuando pasó su confinamiento en el desierto negó al diablo la tentación de convertir las piedras en pan. Una decisión que demuestra que Jesús sería muchas cosas, pero no catalán. En cambio, no tuvo ningún problema en demostrar su fuerza divina convirtiendo el agua en vino en unas bodas. De hecho, los mismos historiadores relacionan al Jesús Enólogo con el amor que supone una boda. El vino como muestra de alegría por el amor confesado de dos personas que se comprometen a sufrir de manera compartida.

La última cena
No podríamos explicar a Jesús sin la última cena. La celebración de una despedida con sus discípulos sabiendo que el Sanedrín lo condenará, morirá y resucitará y sus compañeros de túnica, lo negarán hasta tres veces y alguno, incluso, lo traicionará por monedas de plata. Mateo escribe con una claridad absoluta la ceremonia de la despedida que el cristianismo ha transformado en la eucaristía, el ritual primario de las religiones y las fes de raíz cristiana. Jesús reparte el pan y eleva la copa de vino. La supuesta copa con la cual Indiana Jones salvará a su padre de la muerte a manos de los nazis.
«Beban todos de ella, que esto es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Os aseguro que desde ahora ya no beberé de este fruto de la vid hasta el día que beba vino nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre», narra Mateo con un sentimiento estremecedor. El vino convertido en sangre del gran líder espiritual. La bebida mediterránea por excelencia convertida definitivamente en un símbolo de fe, en un objeto de devoción, respeto y goce vivo. El vino hace sangre, por lo tanto, el vino es vida. Una imagen que se ha repetido y ha ganado peso e importancia con el paso de los años. De hecho, otro místico, un poco más truculento, como el Conde Drácula, nunca bebía vino porque bebía sangre. Un Jesús inverso que también ofrece una vida eterna pero más tenebrosa y pecaminosa, cambiando el orden de los factores. Bien dicen que los caminos del Señor son inescrutables, pero no imbebibles, de ahí que para entendernos y para entender la Pascua, necesitemos el vino. Cabe decir que la Biblia convierte una manzana en todo un pecado original, y el Evangelio del vino en gloria eterna. No es un milagro, simplemente, es la vida.