Seguro que no se explicará nada de nuevo, ni brillante, en este artículo, pero es que la intención del escrito es simplemente motivar a pensar respeto como nos pasamos la información, o mejor dicho, y de manera más concreta, como transferimos el conocimiento.
Y ¿por qué ahora?, porque la sequía ha hecho aflorar que no se conoce el ciclo del agua; que no se distinguen las cuencas de Cataluña y, por lo tanto, cuál es el uso que se hace del agua en cada una de ellas. Tampoco que el agua es la base de la vida, más allá del eslogan y, por lo tanto, hace falta un buen uso en todos y cada uno de los sectores socioeconómicos, entre los cuales está el agroalimentario. O que se puede describir el agua por colores (azul, verde, gris), pero todas ellas juntas y por separado están ineludiblemente ligadas a la energía para que sea funcional.
Asumido que el conocimiento es importante para entender, debatir, plantear, puede decirse que es capital para decidir qué hacer, como, cuando y por qué.
«No hablamos ni expresamos necesidades»
Cuando se transfiere información y conocimiento en un grupo concreto, específico, cerrado y bastante homogéneo se puede llegar a decir que es relativamente sencillo, puesto que todo el mundo tiene un nivel similar y los intereses con matices son comunes, produciéndose un intercambio en todas direcciones a intensidades igual. Pero no es el mismo, cuando una parte tiene más información que el otro, y para complicarlo más, a veces esta no es requerida, incluso, ni querida, todo y ser necesario el trasvase, para avanzar.
Este último caso es lo más común, y su aplicación es muy complicada, molesta e incluso imposible.
Se requiere a quién tiene la información que la transfiera de una manera sencilla, entendedora y que se adapte a las necesidades específicas de cada cual. De igual manera, al revés, se pide de los receptores, buena sintonía, amplitud de miras y plasticidad. Y, aun así, viendo, escuchando y valorando la realidad, a buen seguro, ahora el método no acaba de funcionar.
Fijémonos en el que escuchamos por todas partes, reiteradamente, más por moda que no por necesidad: la foto ha sido generada por inteligencia artificial, cuando simplemente es un fotomontaje; se conoce el número de calvos gracias a la digitalización, cuando el que se muestra es un archivo en un determinado formato; se harán nuevos pozos para suministrar agua, como si esta fuera infinita en volumen, espacio y tiempo; se puede aprovechar agua de las depuradoras, bien, es cierto si esta se ha regenerado, cosa no habitual en las EDAR actuales… El gobierno, el que sea, no deja hacer o no hace…, sin querer asumir que el gobierno no es algo ajeno a nosotros.
No hablamos, no expresamos nuestras necesidades, ideas y pensamientos, y cuando lo hacemos muchas veces es según nuestros conceptos prefijados. No nos escuchamos, no mostramos ni aplicamos la empatía.
Como resolver el callejón sin salida, a pesar de que pueda parecer ir atrás, hay que volver a eso del puerta a puerta, al lugar de reunión, a escuchar para explicar, y a explicar, para enseñar. A no tener vergüenza ni miedo a dar la opinión, puesto que esta actuación obra la posibilidad de comprensión del otro, al fin, de la mutua comprensión.
Se está demasiado acostumbrado al debate, que es cuando dos partes se contraponen e intentan demostrar que la otra está equivocada, y mucho poco al diálogo, que es un proceso colaborativo, que potencia la comprensión compartida de los hechos que ocupan y preocupan.
Antes esta situación se definía como diálogo de besugos, porque las partes no se escuchaban. Ahora es difícil de describir, puesto que ni siquiera se leen, en el soporte que sea.
No se aprende escuchando y leyendo, se hace después de procesar pensando el que se ha recibido de nuevo. Hace falta esfuerzo, con el maravilloso premio del conocimiento y la libertad, que puede llevar asociada, si este es el compromiso individual.
No vamos bien, no es tiempo por bagatelas, promovidas por la ignorancia, incluso, en muchos casos, tristemente querida.