«Lo que pasa es que la auditoría ha sido la chispa que ha hecho saltar varias guerras entrecruzadas», me decía un amigo -siempre sensato- que hace vino en la Terra Alta. Y debe de tener razón porque lo que ha pasado estos días no se justifica por la publicación de un informe de gestión -por más contingencias que detectara-, sino por una guerra interna de una gran agresividad. De entrada, y ante la sorpresa de todos los periodistas, la reacción a la auditoría no fue -cómo recomienda cualquier manual de comunicación- de transparencia y voluntad de resolución de los problemas, sino un ataque desbocado contra los medios que hubieran publicado el documento (de hecho, solo contra algunos, como Vadevi, por el contrario, Aguaita u otros no han sido nunca mencionados), hasta el punto de denunciar un tipo de conspiración malévola en la cual colocan nada más y nada menos que al mismo presidente de la DO. Eso, como se ha comprobado hace unos días, sin ni siquiera tener mayoría para forzar su caída.
Naturalmente, lo que hasta aquel momento había sido una noticia local/sectorial fue creciendo por la denuncia llamativa de un sector de la dirección de una supuesta conspiración secreta contra la DO Terra Alta. La agresividad incontinente contra los medios llegó a provocar que la DO Terra Alta haya sido la primera entidad del mundo del vino a quien se haya tenido que llamar la atención desde el Colegio de Periodistas de Cataluña, en una intervención –muy excepcional– del máximo órgano de representación del conjunto de los profesionales de la información. Ni caso, el siguiente comunicado –sin el conocimiento del presidente, por cierto- todavía escaló más el conflicto. Yendo sin manías a la personalización, en el comunicado se me acusaba a mí, editor del Vadevi, de un tipo de revancha en diferido, estilo Fu Manchú, porque hace siete años y medio la empresa que dirijo se presentó al concurso de
Pero la escudella todavía se tenía que engordar más. Por si faltara alguien, el expresidente aparece describiendo, vía carta, escenas espectaculares al estilo del final de
Arrufí también se apunta a la conspiranoia y aporta nuevos elementos, que escalan -y mucho- el problema. En palabras suyas, es posible un estropicio absoluto: «Se habla que a las bodegas pequeñas se está creando un “CORPINNAT” elitista y exclusivo que deja fuera a la gran mayoría». ¡Eso sí, que es una crisis brutal! Y Arrufí continúa, dándole crédito a esta hipotética maniobra que él mismo hace pública: «Para mí sería un grave error dejarnos convencer por proyectos alternativos». ¿Se van las mejores bodegas? La noticia cada vez es más gorda.
En fin, el follón es absoluto. A estas alturas, en vez de aceptar errores y proponer soluciones desde un principio, unos cuantos insensatos han conseguido un