Valorándolo desde el más absoluto optimismo, pero también desde la más radical objetividad, estamos en un momento muy complejo y a la vez de difícil gestión de la historia.
El sector de la viña y el vino, como otros, está claramente afectado por el cambio global, que lo tensa por culpa de los precios a los cuales se paga la uva, las procedencias del vino, las cifras productivas generadas en campo o no, el precio que el consumidor está dispuesto a pagar, el margen económico que se moviliza en toda la cadena desde el campesino hasta el consumidor…, y todo ello, sin tener demasiado en cuenta estas dos importantísimas eslabones: los nuevos de hábitos de consumo asociados a los cambios sociales, que muchas veces ni se quieren ver, y a la huella de carbono involucrada en la conjunta uva/vino en un mundo que no es como era y que se desconoce cómo será.
Porque la nueva realidad climática puerta desde hace años incertidumbre productiva, tanto en el que se refiere a la cantidad como la calidad de la uva, y en consecuencia a la tipicidad anual y territorial del vino, que afecta determinados conceptos asociados a tipologías de vino estables en el tiempo.
La situación es preocupante, y por eso hay una importante presa de conciencia del sector para buscar soluciones, más, cuando en buena parte de Cataluña se ve afectado por una de las sequías más importantes de la historia. La movilización, fruto de la concienciación, es muy oportuna y necesaria, puesto que refleja la emergencia social, que hay, y que se puede agrandar.
Buena voluntad, pero falta de contenido
En el paso entre concienciación y la decisión para tomar acciones y soluciones, emerge un léxico, sin duda cargado de buena voluntad, pero vacío de contenidos.
Por ejemplo, aparece en toda conversación y escrito la palabra sostenibilidad como garantía de solución al problema medioambiental y socioeconómico que tenemos. El año 1987, la Comisión Brundtland de la ONU, la definió como «el que permite satisfacer las necesidades del presente, sin comprometer la posibilidad que las generaciones del futuro puedan satisfacer las suyas».
No hay que decir, que es interesante, pero falso, puesto que no hay nada en la Tierra que sea sostenible por sí mismo, y lo demuestran las cadenas tróficas, la energía que pasa de unos organismos/ecosistemas a otros para mantener su funcionalidad, perdiendo energía en cada paso, situación que puede estar en un equilibrio más o menos estable, pero siempre transitorio en el espacio y tiempo, puesto que depende de muchos factores interactuando en el mismo tiempo y lugar de maneras ponderadas entre ellos.
Nada es sostenible
¿Nada es sostenible, porque qué sostiene al que sustenta? Es una palabra vacía en fondo y forma, y que en voz del Dr. Marti Boada se puede concretar en que “la sostenibilidad es no estirar más el brazo que la manga”, estas simples, pero sabías palabras, describen claramente nuestra sociedad, en todo el suyo metabolismo consumidor sin freno ni medida, y, por tanto, en las crisis de recursos (fijémonos en la sequía actual, en los movimientos de componentes manufacturados o no de un lugar a otro sin considerar su valor, aplicándolos tan solo un precio, dicho como competitivo, que precisamente es la antítesis de la sostenibilidad, puesto que se basa en el hecho que una parte gana porque el otro pierde).
La otra palabra repetida hasta la saciedad es eficiencia, sin más, ¿sin preguntarnos si el proceso es eficiente, sino si este es necesario?
De que sirve generar motores de alta eficiencia a velocidades elevadas si esta está limitada a las bajas; de que sirve al grosor de los mortales disponer de información al instante de predicciones meteorológicas de todas partes, si la probabilidad es baja y además, no nos engañamos tanto hace, ¿cuál es la función de tener más y más opciones de goce reales o virtuales cuando tan solo hay un tiempo por cada cual; o de que sirve tener en tiempo real y en continuo la evolución de una enfermedad, si se dispone del instrumental, maquinaria o personal finitos y concretos y, por lo tanto, activos cuando, como y donde se puede…?
Así, asumiendo, que con buena voluntad no se aplicará el efecto, la paradoja de Jevons, que se tiene presente en economía, y también en ecología, y explica que cuando un recurso deja de ser limitante, se produce entonces un incremento de su consumo, el cual, primero mejora el proceso en que está implicado, la especie/s que lo utiliza, pero rápidamente, se convierte en limitante, tanto realmente como virtualmente, puesto que el recurso es más escaso y también más caro, volviéndose negativo en el proceso que incide.
Vivimos un momento en que hacen falta palabras, para informar, educar y formar, las cuales se tienen que fundamentar siempre en la objetividad que da el conocimiento científico y tecnológico, por lo tanto, las palabras vacías de contenido y empleados para mostrar el que no es ni será, no tan solo afectan negativamente la realidad, sino que también lo hacen derrochando opciones de mejora en el futuro.
Para potenciar la verdad y, por lo tanto, las acciones realmente funcionales, la UE propone complementar el Pacto Verd con la Directiva de Reclamaciones Verdes, que quiere aportar nuevos criterios para evitar que las empresas hagan afirmaciones engañosas sobre los méritos ambientales de sus productos y servicios.
La incultura puede gestionar carencias, pero no opulencias
En esta situación, quizás hay que tener en cuenta las palabras del poeta Joan Margarit: «Hay dos cosas que no se pueden dejar de lado. Que la técnica no deje de hacer botones para solucionar problemas, y que la cultura continúe funcionando para enseñar a cada generación como convertir el dolor en tristeza». Si dejas de dar educación a la gente, te fallarán las dos cosas. Por eso, el último que se tiene que ajustar en una sociedad es la educación. Incluso es más urgente que otros, porque si tienes educación, resolverás estos problemas.
La cultura es capital, puesto que la incultura puede gestionar carencias, pero no la opulencia de nuestra sociedad.
La crisis es importante, profunda, extensa y perdurable consecuencia de nuestro metabolismo social y de una información, en el mejor de los casos, mala. Por lo tanto, si se quiere revertir, hace falta claridad y objetividad en toda la cadena constituida por la información, la formación, la acción, su valoración y su adaptación.
Al fin, como se ve, no va de palabras, va de hacerse con la verdad.