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La viña observa con desconfianza las oportunidades del conflictivo tratado con Mercosur

El tratado comercial entre la Unión Europea y el Mercosur promete ser uno de los contenciosos más graves que enfrentará el sector agroalimentario del continente en el próximo curso. Después de 25 años de negociaciones infructuosas, anclado por la oposición del bloque liderado por Francia en defensa de los intereses de la agricultura local, la segunda Comisión Von der Leyen ha recuperado con creces el interés por la apertura de fronteras con los cuatro estados miembro del tratado latinoamericano: Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. El campo catalán ya ha mostrado su amplia oposición, considerando el acuerdo un «ataque directo» a su capacidad de supervivencia, y prometiendo un retorno a la movilización – uno que ya se ha hecho realidad en otros países, con franceses y polacos de nuevo a la cabeza – en caso de que el entendimiento acabe por materializarse. Ahora bien, desde Bruselas apuntan que las tesis de los campesinos no son del todo correctas; o no lo son, de hecho, en mercados concretos, que pueden ver en la liberalización comercial con las potencias del Cono Sur una oportunidad de crecimiento. Es el caso, entre otros, del sector vitivinícola.

Bruselas, entre otros, sitúa el sector del vino como uno de los grandes ganadores del entendimiento. Los documentos oficiales de la Unión recuerdan, en este sentido, que los aranceles que actualmente sufren los productos europeos al cruzar las aduanas del Mercosur pueden alcanzar hasta el 35%; aunque el mercado más relevante, el brasileño, impone un 27%. Ahora bien, la baja producción local, y el escaso interés en el sector vitivinícola local, hace que los derivados de la uva – así como la inmensa mayoría de bebidas alcohólicas – estén entre los ítems que verán reducida a cero su tasa comercial. Las elevadas fronteras fiscales que sufren las bodegas y productores comunitarios al mirar hacia Latinoamérica hacen que aún no figure entre los compradores más relevantes: en 2023, detallan desde la CE, las exportaciones hacia los cuatro países del entendimiento se quedaron en los 221 millones de euros, una cifra inferior, por ejemplo, a la suma de los tres mercados catalanes más relevantes: solo con las exportaciones a los Estados Unidos (70 millones), el Reino Unido (69 millones) y Alemania (75 millones) la viña catalana ya supera la facturación de toda la industria del continente en Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay.

Ahora bien, los equilibrios geopolíticos son endiablados, y algunos de los principales clientes de la producción vitivinícola del principado se encuentran en momentos de duda. En concreto, Bruselas aún espera las posibles barreras comerciales que el presidente electo Donald Trump ha prometido elevar para todos los productos comunitarios – unos aranceles que podrían gravar el vino catalán, y el de todos los vecinos, con un 10% de su valor –; mientras que Alemania se encuentra al borde de una nueva recesión, y el consumo de las familias está especialmente afectado en medio de una intensa crisis industrial que promete dejar en la cuerda floja miles de puestos de trabajo en segmentos esenciales, como el del automóvil. Así pues, las alternativas son bienvenidas; y una, aún pequeña, pero creciente, es el firmante más efusivo del acuerdo con Mercosur: Brasil.

Cataluña cruza el Atlántico

Vale decir que las cifras de exportaciones vitivinícolas catalanas al país, el gran protagonista de su región, son reducidas comparadas con otros mercados más prioritarios. Ahora bien, en los últimos años, el comprador brasileño ha mirado consistentemente hacia la producción de la viña catalana, con un crecimiento importante tanto en volumen como en valor de las compras internacionales. En concreto, según los datos del Idescat, en 2021 las empresas brasileñas trajeron más de 2.380 toneladas de vino catalán, por un valor superior a los 5,77 millones de euros. En 2022, en plena crisis inflacionaria, se dio un fenómeno altamente favorable para los productores del Principado: los precios aumentaron, pero se mantuvo el interés en el sector. Las ventas transnacionales al país amazónico cayeron ligeramente, hasta las 2.320 toneladas; pero su valor se disparó hasta los 6,7 millones de euros. El alza, de hecho, fue aún más significativa en 2023, cuando los negocios importadores solicitaron cerca de 3.500 toneladas de vino catalán, por un valor superior a los 9,8 millones de euros. Así, el mercado brasileño reclama vino catalán en los términos del vino catalán: la demanda crece más en valor que en volumen; lo que indica un cierto gusto por el valor añadido.

Vale decir que en 2024 la tendencia se ha ralentizado: en los tres primeros trimestres de este año, las importaciones brasileñas de vino catalán han retrocedido un 38%, con unos 4,8 millones de euros respecto de los 8 millones del mismo período del año anterior. Ahora bien, el descenso se produce en paralelo con la intensa caída de la producción vitivinícola global, que ha tocado mínimos históricos durante el año. El presente ejercicio, así, ha sido uno anómalo en medio de una tendencia claramente alcista que la Comisión Europea espera mantener para el conjunto de mercados comunitarios. Volviendo a Cataluña, sin ir más lejos, el mercado alemán – históricamente de los preferidos de la viña del país – registra una caída interanual similar, si no más intensa. En julio de 2023, la república federal importó cerca de 2.900 toneladas de vino del Principado, por un valor superior a los 7,14 millones de euros. En el mismo mes de este año, tanto volumen como facturación se han desplomado: poco más de 1.100 toneladas y unos 3,1 millones generados.

Una copa de vino en una mesa | Foto: PhHere

El empresariado europeo defiende el pacto

La oportunidad catalana, pues, está en línea con las estimaciones que hace Bruselas. Según un intensivo estudio comunitario que recoge las perspectivas del conjunto de los acuerdos comerciales que negocia el ejecutivo, los expertos de la Unión detectan «sustanciales oportunidades comerciales para ciertos sectores agrícolas: los lácteos, el porcino, el cereal y el vino». La capacidad exportadora del conjunto de la viña comunitaria podría saltar, en el mejor escenario previsto por los economistas de Von der Leyen, cerca de un 2%; con una mejora de la balanza comercial – la diferencia entre las exportaciones e importaciones del sector – que se detectaría no solo en el Mercosur, sino en el conjunto de los países con los cuales Europa abriría fronteras, tal como se desprende del mismo estudio. Así, el conjunto del tejido productivo de bebidas podría dar un salto de entre 467 y 660 millones de euros. Dentro de este vertical, el vino es, con cierta diferencia, el protagonista: según las mismas estimaciones, el vino aporta cerca del 40% de la facturación a la alianza latinoamericana del segmento europeo de las bebidas. Además, el acuerdo genera un compromiso que beneficia al identitario vino catalán: protecciones explícitas de las indicaciones geográficas y contra las «imitaciones locales», lo que ayuda a «fortalecer las posiciones» en los mercados importadores, aún más con un producto que hace bandera de su especificidad.

En este sentido, las patronales europeas del sector constan entre las voces más vehementes en defensa de la liberalización comercial con Mercosur. El Comité Europeo de las Empresas del Vino (CEEV) defiende el entendimiento como una «oportunidad vital para que las empresas vitivinícolas accedan a nuevos mercados y atraigan nuevos consumidores». Para su presidente, Mauricio González-Gordon, las condiciones alcanzadas por los negociadores europeos son satisfactorias, dado que combinan esta defensa de los estandartes de la viña europea con nuevas «disposiciones que abordan problemáticas medioambientales» que se podrían generar en el marco de la actividad comercial. Así, las dudas sobre el tratado con las principales potencias del Cono Sur parecen mucho menos relevantes en el mundo de la viña que en el resto de la cadena agroalimentaria.

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