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Amovino: Barcelona se enamora del vino catalán

En Barcelona, en pleno barrio de Sant Antoni, hay un pequeño santuario para los amantes del vino. Se llama Amovino y es mucho más que una vinoteca. Es un espacio vivo, acogedor y abierto donde el vino es el eje de una comunidad que no para de crecer. Con la pasión como motor, este proyecto impulsado por tres socios franceses ha sabido hacerse un lugar en el corazón de la ciudad y de quienes buscan una experiencia vinícola auténtica.

Fundada en 2017, Amovino nació de la mano de Nicolas Blanc, Guilhem Millat y Lili Millat, tres amigos unidos por la curiosidad y el amor por el vino. Aunque provenientes de Francia, encontraron en Cataluña un territorio rico, vibrante y aún poco conocido en el mundo del vino. “Queríamos crear un espacio donde la gente pudiera probar vino, aprender y disfrutar sin miedo a no saber”, explica Guilhem Millat. De ahí nació una idea que ha evolucionado en un proyecto completo: bar de vinos, vinoteca, restaurante y sala para catas y eventos.

Una carta viva que respira territorio

Desde el principio, Amovino tuvo claro que quería poner el vino catalán en el centro. Su carta de vinos por copas era íntegramente catalana, una apuesta que han mantenido con orgullo. “Hay una diversidad brutal, bodegas que trabajan con pasión, variedades autóctonas y una historia vinícola apasionante”, defiende Millat.

Esta carta cambia cada dos meses, un detalle que sorprende y entusiasma a muchos clientes. “No queremos que siempre se pida lo mismo. Nos gusta que la gente descubra, que se arriesgue”, añade el propietario del establecimiento. Esta rotación constante permite dar visibilidad a muchos pequeños productores, especialmente aquellos que apuestan por vinos naturales, ecológicos o de mínima intervención.

Imagen del interior de Amovino, el establecimiento barcelonés / Cedida
Imagen del interior de Amovino, el establecimiento barcelonés / Cedida

La selección es cuidadosa y honesta. No se mueve solo por tendencias, sino por lo que conecta con su público y con la filosofía del proyecto. “Trabajamos mucho con bodegas que conocemos personalmente. Nos gusta saber quién está detrás de un vino”, dice Millat. Y el cliente lo nota: muchas veces, la experiencia en Amovino es la puerta de entrada al vino catalán para personas que ni siquiera sabían que existía esta riqueza.

Un espacio para quedarse

El espacio de Amovino está pensado para que la gente pase tiempo allí, sin prisa. En la vinoteca, más de 150 referencias esperan ser descubiertas. En el restaurante, una cocina fría pensada para acompañar el vino con tapas, conservas de calidad y embutidos artesanales. “La comida no debe tapar el vino, sino acompañarlo”, defiende Millat.

Pero Amovino no es solo un lugar para beber. También es un espacio de formación, descubrimiento y comunidad. Cada semana se realizan catas temáticas, maridajes, sesiones a ciegas o encuentros con bodegas. “Nos encanta ver cómo la gente reacciona cuando no sabe qué está bebiendo. De repente descubren un blanco del Montsant o un espumoso del Penedès y se enamoran”, asegura uno de los propietarios de Amovino.

Estas actividades tienen un objetivo claro: derribar barreras. “El vino todavía impone respeto a mucha gente. Nosotros queremos romper ese miedo y hacer que todos se acerquen con ganas de disfrutar”, afirma Millat. La carta incluye explicaciones sencillas, el equipo está formado y siempre dispuesto a recomendar. “No hay preguntas tontas. Solo ganas de saber”.

Imagen del interior de Amovino, el establecimiento barcelonés / Cedida
Imagen del interior de Amovino, el establecimiento barcelonés / Cedida

Un equipo con alma

El éxito de Amovino no sería posible sin un equipo apasionado. Además de los fundadores, trabajan cinco profesionales del mundo del vino. “Nuestro objetivo es que la gente se sienta acogida. Que entre por una copa y se quede por el ambiente”, expresa Millat.

Este espíritu se nota también en la relación con los productores. Amovino no quiere ser solo un escaparate, sino un aliado del vino catalán. “Nos gusta llevar la bodega a Barcelona. Que el viticultor pueda explicar su proyecto en persona. Esto genera un vínculo que va mucho más allá de la venta de una botella”, explica el propietario del establecimiento de vinos barcelonés.

Hacer barrio y hacer país a través del vino

Una de las cosas que más valoran los fundadores es la fidelización del público. “Tenemos clientes que vienen cada semana. Gente que ha aprendido con nosotros, que ha probado por primera vez un trepat o una garnacha peluda aquí. Eso nos hace muy felices”, dice Millat.

Amovino también participa de la vida del barrio y de la ciudad. Formaciones para empresas, actividades para turistas, colaboraciones con otras tiendas… Todo suma. “El vino es una excusa para conectar. Y nosotros queremos ser un puente entre la viña y la calle”, concluye el propietario y experto.

En un momento en que el vino catalán busca nuevos canales, nuevos públicos y una renovación en la manera de comunicarse, proyectos como Amovino son claves. Porque no solo venden vino: lo comparten, lo hacen accesible, lo hacen amar. Y lo hacen desde una mirada honesta, rigurosa y entusiasta.

En palabras de Guilhem Millat: “El vino catalán todavía tiene mucho por decir. Y nosotros estamos aquí para escuchar… y para brindar.”

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