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Guía para elegir vino en un restaurante sin tener idea

Elegir vino en un restaurante puede ser una experiencia delicada para quien no se siente cómodo. La carta de vinos puede parecer escrita en un idioma desconocido, llena de DO y añadas que no te suenan de nada, mientras el sumiller te observa esperando una decisión que no tienes clara. Pero elegir un buen vino no debería ser un ejercicio de estrés, sino una parte agradable de la experiencia gastronómica. Con un poco de picardía, sentido común y alguna referencia básica, cualquiera puede salir bien parado -e incluso quedar bien- sin ser un experto.

Lo primero que hay que tener claro es que no es necesario saber mucho para hacer una buena elección. Lo mejor que puedes hacer es reconocerlo abiertamente. Decirle al camarero o al sumiller “no sé mucho, ¿nos recomiendas algo que vaya bien con lo que vamos a comer?” no solo no es una debilidad, sino que es una actitud honesta e inteligente. Los camareros están ahí para ayudar, y si se les dan algunas pistas sobre lo que comes, lo que te gusta y el presupuesto, pueden ofrecerte propuestas acertadas. De hecho, si no tienes claro qué vino quieres, pero tienes claro cuánto quieres gastar, es mejor decirlo. Con un rango de precio aproximado, pueden orientarte hacia lo que ofrece mejor relación calidad-precio dentro de la carta.

El vino se elige a partir de la comida

Otra clave para evitar errores es mirar primero la carta de comida. El vino debe complementar lo que comes, no competir con ello. Si la mesa se inclina hacia pescados, verduras, arroces o tapas suaves, los blancos, espumosos y rosados serán grandes aliados. En cambio, si se trata de carnes rojas, guisos, embutidos o platos potentes, los tintos tomarán protagonismo. Cuando en la mesa hay platos muy variados, puede ser una buena idea buscar un vino versátil: un blanco con algo de crianza, un tinto joven y fresco o incluso un espumoso brut nature, que suelen encajar con una gran variedad de platos y aportan frescura.

Aunque las Denominaciones de Origen no son garantía absoluta, pueden servir de brújula. Si no conoces mucho las bodegas, fijarse en la DO te puede dar alguna pista. Un Penedès blanco o espumoso suele ser fresco y equilibrado. Un Montsant tinto a menudo es joven y amable. El Empordà vive un momento dulce, con vinos muy gastronómicos, y la Terra Alta ofrece garnachas blancas deliciosas que pueden brillar con platos con bacalao o carnes blancas. Costers del Segre, cada vez más presente, da vinos de montaña con personalidad y frescura. El Pla de Bages, históricamente conocido por vinos más potentes y estructurados, está experimentando una transformación muy interesante con variedades autóctonas como el mandó o el picapoll negro, que dan lugar a vinos tintos mucho más frescos y refrescantes. En la DO Conca de Barberà, la variedad autóctona por excelencia es el trepat, que se está consolidando como una opción muy atractiva para quien quiere tintos ligeros, afrutados y con poca graduación, perfectos para el día a día o para maridar con platos más suaves.

Brindis con copa de vino tinto | Pixabay

A la hora de mirar precios, evita los dos extremos de la carta. El vino más barato puede ser correcto, pero a menudo tiene poco recorrido. Y el más caro puede estar pensado para quien quiere impresionar más que para quien quiere beber bien. Muchos restaurantes ponen más margen a los vinos de gama media-baja que a los de gama media-alta. Esto significa que un vino de 25 o 30 euros puede tener mejor relación calidad-precio que uno de 18 euros, especialmente si es de una bodega pequeña y local.

Y llega el momento de probarlo. Cuando te sirven una copa para probar el vino antes de llenar las otras, no es para que decidas si te gusta, sino para comprobar que no está defectuoso. Lo que debes detectar es si huele a corcho, a vinagre, a moho o a cualquier cosa extraña. Si todo parece correcto, simplemente asiente con una sonrisa y adelante. Si hay alguna duda, exprésalo educadamente. El vino puede estar en mal estado, y el restaurante debería estar preparado para cambiarlo.

Si quieres quedar bien delante de los demás, hay frases que funcionan. No hace falta engañar a nadie, pero puedes decir con naturalidad que “buscamos un vino con un poco de cuerpo, pero que no tape la comida”, o bien que “nos gustaría algo fresco y con acidez para abrir el apetito”. Si quieres mostrar interés, puedes preguntar por vinos naturales o de mínima intervención, siempre que el lugar lo permita. No es necesario acertar siempre: la actitud abierta y curiosa a menudo se agradece más que la falsa sabiduría.

Beber vino es compartir

El vino bien elegido será un acompañante, no el protagonista. Que ayude a crear conversación, que favorezca una buena comida, que permita descubrir nuevos sabores. Si gusta, si encaja con la comida, si crea un buen momento en la mesa, ya está bien elegido. No hace falta saber identificar los taninos, ni distinguir entre la crianza en roble francés y americano. Solo hay que querer disfrutar y estar abierto a probar. Y si algún día un vino sorprende especialmente, hay que hacer una foto, anotarlo y recordarlo para la próxima vez.

Porque el mundo del vino no debería ser un círculo cerrado ni un examen constante. Es, en esencia, un lenguaje para compartir. Y si es vino catalán, mejor. Porque cada botella que elegimos aquí apoya a proyectos pequeños, a campesinos, a territorios que luchan por mantenerse vivos.

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