La figura de Noé representa el tipo de hombre justo que se salva del castigo divino y que se beneficia de la salvación. Este personaje del Génesis, el capitán del arca con la cual los animales se salvan del diluvio, bien podría ser el primer enólogo de la historia. Y también podría ser perfectamente el primer ser humano al emborracharse.

Hace unos cuántos años que salió a la luz, pero en este punto nos gustaría recuperar la obra donde el escritor y también enólogo Jabier Marquínez recogió las citas que mencionaban la viña y el vino en el libro sagrado.

El hecho es que en la época del libro sagrado, ya había escrituras de compra y venta de viñas, se empleaban hitos para delimitar las fincas, hacían esquejes e incluso conocían la poda en verde. Los propietarios de los terrenos contrataban pobres y extranjeros para trabajar los campos y negociaban convenios de trabajo.
Las viñas sufrían enfermedades, ataques de insectos, jabalíes, granizadas y malas hierbas. Comerciaban, guardaban en tinas de hasta 90.000 litros, empleaban especies para mejorar el gusto. Había, además, especialistas en vino y en copas, y parece que sumilleres. El vino servía como medicamento, elemento de tinte, producto de limpieza y para preparar elefantes para las batallas. En algunos casos, para plantar una viña se podía quedar liberado de ir a la batalla.
La sangre de Cristo
Como recuerda Marquínez, el primer milagro de Jesucristo tiene al vino como gran protagonista, en las famosas Bodas de Caná. Sin olvidar La Última Cena, el momento clave de la simbología cristiana. El vino juega un rol principal, y se eleva a la categoría de sangre de Cristo.