«He crecido bajo una cepa«, dice Martí Torrallardona (Sant Sadurní d’Anoia, 1993) solo iniciar la conversación. Y sigue explicando que proviene de una familia de campesinos en la cual el padre, abuelos y antiguos antepasados habían trabajado en contacto con la natura, la tierra y la viña. Habla de los aprendizajes que ha recibido de Cal Nogués, y de Can Patomàs, las ramas materna y paterna, y de cómo ha decidido iniciar la vinificación de los racimos de las fincas de las propiedades familiares hasta dar vida a su primer proyecto más personal, La Fita. Y decimos primero, porque Martí es un viticultor y enólogo a quien se le adivina largo recorrido, de esos perfiles que fácilmente encajarían en la generación

«Recuerdo los primeros trabajos que hice a la viña con esas tijeras pequeñas que me dejaban para poder cosechar uva», dice evocando unos inicios que probablemente, sin saberlo, estarían condicionando las decisiones de futuro. «Dudaba entre matemáticas, biología marina o enología«, pero este contacto con la natura, y también la química, lo atrajo hacia el camino de la elaboración de vinos. Estudió en la Universitat Rovira i Virgili junto a compañeros de promoción que hoy en día siguen liderando el relevo generacional en varias bodegas catalanas, como Roc Gramona, Martí Albet o la Carlota Pena, con quien se ha ido encontrando y compartiendo crecimiento personal y profesional.
«Esto es media vida», apuntará, porque la suya es la generación de compartir, del trabajo colaborativo y en red como se ha visto también recientemente con la constitución de la asociación Vida Penedès, de la cual es miembro y parte activa con la urgencia de «dignificar el Penedès«, su tierra de origen.
El nacimiento de Martí enólogo
Finalizados los estudios, hace dos vendimias (y todo el ciclo anual de la viña) a AT Roca, viaja a Argentina donde entra en contacto con el departamento de I+D de Familia Zuccardi, desde Mendoza, y vuelve a Cataluña donde seguirá aprendiendo desde Porrera, en el Priorat, municipio en el cual se instala durante tres meses para sumar experiencia desde la bodega Vall Llach. Y continúa el viaje que ahora lo acerca de nuevo a casa, al Penedès, entrando a trabajar a Raventós y Blanco y Can Sumoi. «Aquí nace el Martí enólogo«, dirá, y dónde también empieza a gestarse el proyecto de La Fita. «Aprendí mucho, en todo este viaje, pero me empezaba a plantear tener el mío propio proyecto«.
Por un lado, siente que ya empieza a tener bagaje para emprender, y de la otra, entiende que parte de su tiempo lo dedica a hacer de comercial, y «yo quería estar con los pies mojados a la bodega«, dirá. Antes de La Fita, eso sí, todavía encontrará tiempo para hacer una escapada a Austria, año 2019, y hace una estancia de pocos meses a Hace falta Feru, a Santo Sadurní, donde aprende y entiende el último eslabón de la cadena: la venta al público y el contacto directo con el cliente desde un establecimiento especializado en vinos. En menos de treinta años, ha trabajado la viña, ha producido vino, lo ha vendido haciendo de comercial y ha aprendido a tratar directamente en consumidor final.
La Fita y el futuro del vino en el Penedès
«La familia tiene viña y tomo conciencia que tendría toda la coherencia vinificar la viña de casa«. Los tiets, hasta entonces, venden la uva fuera, y Martí recuerda que «cada vez los es más complicado que salgan los números», haciendo ya suya la reivindicación de dignificar el trabajo del viticultor porque se pueda ganar bien la vida. «Pensé: tengo las ganas, ellos las viñas, y coincidimos en la necesidad de dar valor al fruto de casa«. La reflexión llega en tiempo de pandemia, y a pesar de todo, aquí hay los orígenes de La Fita Vins Personals, que se irán consolidando en 2021, cuando se cruza con La Xarmada, donde puede empezar a hacer vino «con una baja necesidad de inversión inicial». La primera producción sale al mercado con una producción de 2.500, ahora tiene siete mil y este 2023 ya embotellará borde las diez mil botellas.
No dedica todo el tiempo que tiene -o que querría-, porque su día a día lo compagina con el asesoramiento y trabajo de enólogo en otras bodegas como Vinos de Foresta o Viladomat-Aragón. Incluso encuentra el tiempo para aportar conocimiento y estrategia en la nueva asociación VIDA Penedès, creada de la suma de voluntades de jóvenes que, como él, vuelan un futuro mejor por su territorio de origen. Con todo ello, todavía encuentra tiempo para cuidar las viñas de la familia, para pensar cuáles son los productos que quiere embotellar y, sobre todo, para seguir creciendo y aprendiz en esta profesión que «lo apasiona«.
«Todos conocemos la situación del Penedès, y si no cambiamos algo, esto hace bajada», lamenta el enólogo. «El clima nos llevará a años de sequía, bajas producciones y menos ingresos para el viticultor», añade, si no encontramos la manera de subir el precio de la uva, se perderán muchos viticultores por el camino«. «Tenemos que dar valor a las viñas viejas, a los campesinos de toda la vida; encontrar nuevas estrategias para afrontar la realidad climática y si hace falta, revisar vertientes donde plantar o los métodos de elaboración», detalla. «Los vinos ancestrales, por ejemplo tienen muy potencial», espeta. Sabe que «venden años complicados», pero también tiene claro que de todo « aprenderemos mucho«. Sea sobre marco de plantaciones, sobre el riego… «Incertidumbres a las cuales nos tenemos que afrontar y mirar de cara».
En todo caso, insiste, tenemos mucho discurso y tenemos que «mostrarlo en el mundo huyendo de egos y de individualismos«. De hecho, VIDA es uno de los proyectos que se sustenta sobre el concepto del trabajo colaborativo, desde compartir dudas sobre el trabajo del día a día hasta recomendarse a distribuidores que los tienen que permitir abrir nuevos mercados. «Basura mucha sinergia», dirá. Y «esto lo es todo», dirá, especialmente cuando sienten que todavía tienen que demostrar a menudo que saben el que hacen a pesar de la juventud. «Nos tenemos que justificar mil golpes más que otras personas de más edad», lamenta, «nos falta voz«, a pesar de que la fuerza y el empujón que tienen, tanto Martí como otros viticultores y enólogos jóvenes, los hacen de altavoz por sí mismos.

Y para acabar, un vino…
«El vino que más me define es La vinya de la Creu«. Por muchos motivos, explica el viticultor y enólogo, pero sobre todo por el significado personal que tiene. Es un macabeo que nace de la última viña del abuelo Ton, del año 1974, tras la expropiación de buena parte de la finca para construir la autopista. «Hace tiempo le dije al abuelo: Un día haré vino de esta viña«, y así lo ha hecho. Se trata de un macabeo con un toque de malvasía que pasa por damajuana de cristal antes de salir al mercado. «Me gusta la parte técnica del material, que no es poroso, y además aporta el valor de la transparencia, porque lo hace un vino sincero y que no esconde nada».