Andorra recibe la visita de unos 11 millones de visitantes al año. Las tiendas y las pistas de esquí son los lugares que atraen a más turistas, pero el pequeño país de los Pirineos aún tiene algunos secretos esperando ser revelados. En este caso son sus vinos, especiales por el cultivo de altura de los viñedos y desconocidos para una buena parte de la población, tanto andorrana como extranjera. Actualmente, hay cinco bodegas en Andorra, todas de baja producción y con una preocupación en mente: la falta de clientes. Los esfuerzos incansables del sector del país los han llevado a las puertas de conseguir la Denominación de Origen, pero el proceso es lento. Sin variedades autóctonas debido a la filoxera del siglo pasado, estas bodegas están destinadas a producir viñas extranjeras, aunque el vino que elaboran es muy andorrano.
Borda Sabaté, Casa Auvinyà, Casa Beal, Celler Mas Berenguer y Casus Belli son las únicas bodegas de Andorra. Las cinco se encuentran en el valle de Sant Julià de Lòria y destacan principalmente por el tipo de cultivo que utilizan para elaborar vino. Los terrenos de estas empresas se encuentran entre 900 y 1,200 metros de altura, una situación que en muchos casos podría parecer antagónica al hecho de producir vino, pero las variedades que cultivan los andorranos sobreviven perfectamente a estas altitudes. De hecho, es una de las cosas que hace especial el vino de Andorra. En segundo lugar, está la ecología y el cuidado del medio ambiente. El compromiso de las bodegas andorranas es con la lucha contra el cambio climático y la protección del paraíso natural que rodea sus viñedos. Por eso, buena parte de la producción de las bodegas es sostenible.
Las variedades que cultivan las bodegas andorranas son extranjeras. En este sentido, el Riesling, el Pinot Noir, el Chardonnay o el Merlot se convierten en las variedades aliadas de estas bodegas de altura. Aun así, hay algunos que no descansan y continúan buscando recuperar aquellas variedades autóctonas que la filoxera hizo desaparecer. Este es el caso de Joan Albert Ferrer, de la bodega Broda Sabaté, quien está en un proceso de recuperar una clase de viña del siglo pasado y autóctona de Andorra.
Una complicada entrada al mercado
La realidad andorrana es complicada, pero no imposible. Las bodegas continúan aumentando la calidad de sus vinos y demuestran diariamente que lo pueden lograr. Aun así, el mercado aún está muy verde y hay poco conocimiento sobre estos vinos. Precisamente, esta falta de visibilidad es de lo que se queja el propietario de la bodega Broda Sabaté, quien lamenta que «la penetración es muy lenta y se tiene que hacer un trabajo que es muy arduo porque el mercado andorrano es particular».
Más información de la mano de Salvador Cot y la Escuela de Enoturismo de Cataluña:


