Cèsar Martinell y Brunet nació en la población de Valls en 1888 y moría en Barcelona un 19 de noviembre de 1973. Este año, por lo tanto, ya son 50 los años que han pasado desde la pérdida de uno de los arquitectos más prolíficos del país, una de las personas que más líneas han escrito en la historia de la arquitectura agrícola entre modernista y novecentista en Cataluña de primeros del siglo XX. Martinell ha dejado un legado que supera la cincuentena de obras agrarias, entre las cuales, una harinera a Cervera, una destilería en Arenys de Mar, y un gran número de bodegas cooperativas, edificios que por la suma de varios valores y atributos, han recibido a menudo el calificativo de ‘Catedrales del Vino‘.

La respuesta a un problema social
«La obra de Martinell fue la solución a un gravísimo problema social de la época, la filoxera«, comparte con Vadevi su nieto Cèsar R. Martinell, quien más allá de recordar la figura del abuelo, también lo hace con el conocimiento de causa de quien ha seguido su camino y también se dedica a la arquitectura. «Los edificios pudieron ser una realidad gracias al impulso de los campesinos, que sabían que
«Cèsar Martinell y Brunet está ligado a una concepción monumental y bella de la arquitectura agraria: campo y paisaje que ennoblece tanto el entorno como a las personas que trabajan por el vino», describe para Vadevi la historiadora del arte y grande estudiosa y conocedora de la obra de Martinell, Raquel Lacuesta. Y continúa: «la obra de Martinell se basaba sobre tres puntales: investigación, rigor científico y pedagogía«, e insiste en un rasgo de su personalidad: sabía escuchar y aprendía del conocimiento de quien tenía cerca. En el caso de las bodegas, por ejemplo, pedía muchas opiniones a los enólogos y técnicos de los sindicatos, porque así podía dar respuesta, a través de la obra, a las necesidades reales del proceso de elaboración del vino.
Como resultado, y así lo recuerdan los anuarios, el nieto y la historiadora, los proyectos perseguían varios objetivos, entre los cuales, la funcionalidad, la economía y la belleza; y para hacerlos posibles, Martinell introdujo técnicas innovadoras como la construcción de la estructura de naves basada en arcos parabólicos de ladrillo -material más barato y que sustituía la carencia de madera del momento-, y la incorporación de ventanas pequeñas para facilitar la ventilación de las naves -pensando en la fermentación del vino- y de cubos subterráneos cilíndricos y separados por cámaras aislantes ventiladas donde dejar reposar los mostos o los vinos una vez finalizados.

Rompedor y adaptado a los tiempos actuales
«Fue rompedor para la época», reforzará el nieto del arquitecto, y el hecho «que cien años después todavía haya cooperativas que continúen funcionando, demuestra que lo que hizo fue realmente una fórmula de éxito«. Tan disruptivo, añade, «que incluso, cien años atrás, ya defendía valores actuales de kilómetro cero, apostando por materiales de proximidad y por la merma cero». Lo justifica: «una de las grandes lecciones que he aprendido de él es a no tirar nada, y yo estoy siguiendo su ejemplo que convertía su obra en ecológica, económica y, por lo tanto, sostenible«.
Entre estas y tantas otras cosas, tanto él como la historiadora lamentan que no se esté reconociendo su figura tal como creen que merece. «Es un vallenc universal, su obra es conocida y reconocida en todo el mundo», dice Lacuesta, y a pesar de todo, no sienten que en Cataluña se lo recuerde por su gran aportación a la cultura, arquitectura y economía del país. «Nadie ha apostado por una política de enoturismo que unifique las catedrales del vino», espeta Cèsar Ramírez Martinell, y creo que es una pena, porque podría sumar valor en los edificios. «Sacad tinas y poned turistas«, añadirá como propuesta de lema.
«Nadie ha pensado en declarar el Año Martinell, y creo que esto es un descuido imperdonable», lamenta la historiadora del arte. Aun así, hace valer iniciativas privadas o de municipios donde se conservan obras suyas, que le rinden pequeños homenajes y «gracias a ellos, dirá, se está manteniendo vivo su legado«. Cómo pasa, y en esto coinciden con el limpio, con Cellers Domenys y su recientemente presentado proyecto de Fundación.

Fundación Domenys y la recuperación del legado del arquitecto
A primeros de agosto de este 2023 se formalizaba la firma de un acuerdo que une Martinell y su legado con Cellers Domenys gracias a una iniciativa que pretende recordar y homenajear al arquitecto. «Lo recordamos poco, pero ha sido una figura muy importante para nuestra historia», comparte con Vadevi Lluís Roig, gerente de Cellers Domenys. Y cree que este año, coincidiendo con el 50.º cumpleaños de su muerte, «tenemos una buena excusa para tenerlo presente». La efeméride, y también su apuesta para dar vida a una fundación que se ha creado en buena parte para poner su figura en primera línea.
Domenys integró en 2011 la bodega cooperativa de Rocafort de Queralt, que fue precisamente la primera que concibió el arquitecto de Valls. A partir de aquí, y ante la necesidad de reformas urgentes, han ideado un proyecto que no solo permitirá restaurar de todo el espacio, sino también recuperar la vinificación e incorporar un museo que recopilará piezas de alto valor que recuerdan esta trayectoria y divulgará vida y obra a partir de sus aportaciones en el ámbito arquitectónico, social, cultural y económico. «Es una gran noticia para la familia, para el patrimonio modernista y un proyecto serio y muy bien orientado», señala Martinell. Y añade Lacuesta, quien, por cierto, les está asesorando con el proyecto, «están haciendo esfuerzos extraordinarios para poner donde toca el legado de Martinell, por eso les deseo toda la suerte del mundo».
Roig reivindica la importancia de recuperar el primer edificio que firmó Martinell, pero tienen en mente llevar a cabo un «proyecto de país». De aquí que pidan apoyo de la Administración, apelando al valor histórico del edificio y del proyecto, pero también a la importancia de un legado que ha marcado la viticultura de primeros del siglo XX en Cataluña.

Rocafort de Queralt, la pionera
Cèsar Martinell obtuvo el título de los estudios de arquitectura en 1916, e inmediatamente entró a trabajar como arquitecto municipal de Valls. «No sé el motivo, recuerda Raquel Lacuesta, pero pronto lo deja y se va a Barcelona y empieza a recibir propuestas para llevar a cabo importantes obras vinculadas con el sector agrario».
El primer encargo lo recibió de Rocafort de Queralt, municipio de la Conca de Barberà que vería acabado el primer proyecto en 1918. Fue, en palabras de Lacuesta, «la primera gran obra con sentido de monumentalidad, funcionalidad y economía, tres de los puntales que definieron a lo largo del tiempo la arquitectura de Cèsar Martinell». Y continúa: «esto, en el mundo agrario, era difícil. Existían iglesias, palacios urbanos, casas señoriales; pero en el campo no había monumentos de este tipo», recuerda la historiadora del arte. «Quizás por eso, comenta, las obras de Martinell se han conservado tantos años, por este carácter monumental que le ha aportado al medio rural», concluye.
Sea como fuere, Rocafort fue lo primero de unas cuarenta bodegas cooperativas, la mayor parte de los cuales construyó entre 1918 y 1922, y principalmente en las comarcas centrales y meridionales de Cataluña. Por cierto, que, con el de la Conca, los de Cornudella de Montsant, Falset, Nulles, Barberà de la Conca, Gandesa y Pinell de Brai, fueron declarados bienes culturales de interés nacional en 2002.
Quien mejor conocía y explicó la figura y obra de Gaudí
«La marca Cèsar Martinell está en su arquitectura agraria«, resume Lacuesta, desde esta mirada de admiración lo describe como «un buen arquitecto, un buen escritor y, sobre todo, un grande pedagogo«. Y se explica. «Él supo transmitir conocimiento, serenidad y sabiduría a través de sus obras, fueran escritos o a través de la misma arquitectura».
«Era una persona con principios, probablemente el único que se atrevió a decir no a Gaudí cuando este le ofreció trabajar en la Sagrada Familia», recuerda el limpio con orgullo. De hecho, la historiadora del arte puntualiza que Martinell fue «quién mejor explicó la figura, obra y pensamiento de Gaudí«. Pero esto ya sería motivo de otro artículo.