De que somos un país vermutero, no tenemos ninguna duda. La sorpresa viene cuando esta afición se suma al emprendimiento y da como resultado nuevos proyectos con visión de futuro. Isabel Martínez, de Terrassa, se dedica a la asesoría jurídica; su pareja, la Edgard Alves, es un experto soldador nacido en el Berguedà, y más allá de la vida, comparten una gran pasión por el vermut. Tanto, que a pesar de sus respectivas ocupaciones, han decidido sacar adelante un proyecto común: han elegido marca y han puesto al mercado tres vermuts: uno de blanco, uno de negro y el mixto, que combina los dos anteriores.
«El nombre lo encontramos enseguida», explica a Vadevi la cofundadora del proyecto. «Edgard se llama Macarrilla de apellido, y si bien como linaje no es muy atractivo, encontramos que era perfecto para dar nombre al vermut», comparte divertida. Nombre atrevido, por cierto, que han acompañado de una etiqueta también quebrantadora, que reproduce una mano haciendo los cuernos. El proyecto nació tan solo hace unos meses, pero el primer balance es positivo, puesto que el producto parece que está gustando a los consumidores y han conseguido hacerse un hueco en el mercado.

«Nos gustaba mucho ir a hacer el vermut, probar novedades…, nos atraían los caseros», recuerda Martínez. Y finalmente saltó la chispa: «Hay gente que hace ratafia, nosotros queríamos hacer nuestro propio vermut», recuerda. El inicio, como todo, pide tiempo y paciencia, porque ninguno de los dos provenían del mundo vermutero ni tenían conocimiento suficiente sobre los procesos. Hicieron alguna formación, se empaparon de tutoriales y consultas y pronto empezaron las pruebas. «La idea era hacerlo para consumo propio, pero nos fuimos animando y pronto nos vimos inmersos en el proyecto que nos permitiría comercializar nuestro vermut».
La fórmula elegida, como siempre secreta, tiene algunas particularidades que hacen diferente el producto. «Queríamos hacer algo distinto a lo que habíamos probado hasta entonces, algo más rompedor y menos clásico», dirá. Lo hayan conseguido o no, los tres productos que han puesto al mercado son sin azúcares o caramelos añadidos, «queríamos producto el más natural posible», matiza Isabel, «con lo natural que son los botánicos y el proceso, nos pareció el camino más adecuado intentando aprovechar y conservar el color original del vino, sin aditivos». Como resultado, tres productos que combinan una docena de botánicos mediterráneos que presentan con botella reciclable y con una imagen moderna.

Trabajan con tres líneas: el vermut blanco, el negro y el mixto. «El blanco sorprende mucho porque tiene un gusto diferente a otros vermuts del estilo», describe. «Del negro, nos dicen que la diferencia está en el toque que tiene de jengibre«. Y el remate, dirá, le aporta la barrica donde reposa el producto, que en otra vida había dado crianza a rones.
En cuanto a la elaboración, el producto nace y se embotella a Madrid. Martínez recuerda la dificultad que tuvieron al encontrar bodegas en Cataluña con quién llevar a cabo el proyecto, básicamente porque pelean volúmenes muy pequeños de cada producto. «Nos pedían pedidos mínimos de 6000 botellas, y nosotros inicialmente no podemos asumir estos volúmenes», lamenta. Así que en Madrid compran el vino hecho con variedad Airén y el negro lo obtienen de tempranillo de La Rioja.

«Hemos empezado hace nada, recuerda, y de momento estamos teniendo una muy buena acogida. Estamos contentos porque la gente responde bien y el producto gusta, ya hay quien nos ha repetido pedido», comparte la cofundadora de Vermut Macarrilla. De momento, es un proyecto que van haciendo entre horas, ya que los dos conservan sus respectivos trabajos. Pero quién sabe, si la cosa continúa yendo bien, «porque no dejarlo y dedicarnos de pleno». Un escenario que, confiesa, «nos encantaría».
Hoy por hoy, el vermut va haciéndose un lugar al mercado. Y más allá de poder hacer pedidos personales a través de su página web -y pendientes de activar el comercio en línea- también se puede comprar en varios establecimientos -tiendas de alimentación o restaurantes- del Berguedà (de dónde es el Edgard) y de Terrassa (de dónde es Isabel). Este verano, además, el producto ha hecho
