Siempre es emocionante tener la oportunidad de probar un nuevo vino, sobre todo cuando no es un producto más de la evolución comercial de una bodega, sino que es un vino singular, de aquellos que se hacen desde el corazón como necesidad de expresar un sentimiento. En este caso, un homenaje al abuelo.
Me explican desde la bodega ampurdanesa Martí Fabra que La Tribana, el nombre del vino, es una viña que plantó el año 1959 en Joan Fabra Isach, padre de Martí y abuelo de Joan, la última generación al frente de la bodega. Es una finca de suelo de pizarra roja, expuesta a la tramontana, situada en el mismo municipio donde tienen la bodega, Sant Climent Sescebes, justo ante el cementerio, a la carretera GIV-6022 que va desde esta población hasta Mollet de Perelada. De esta finca salen las garnachas con las cuales han elaborado una serie limitada de 631 botellas que quiere ser un homenaje a los abuelos, a su trabajo y a su vino. Hecho que también queda constatado al mirar la etiqueta, donde aparece la imagen del abuelo Joan vendimiando la finca.

Notas de cata
Es un vino que, una vez elaborado, le quisieron dar una crianza de 7 meses en las antiguas tinas de hormigón, soterradas a la bodega y posteriormente se trasvasó hacia toneles viejos de roble francés para darle 15 meses más de crianza. Un total de 22 meses de crianza para darle su personalidad final.
Cuando se está sirviendo, pero sobre todo al acercarlo en la nariz, destila los aromas típicos de la garnacha tinta, pero en este caso, muy bien caracterizadas por el suyo terruño de pizarra roja y con un perfil que delata su procedencia ampurdanesa. Forma parte del selecto grupo de vinos que tienen la capacidad de transportarnos enseguida a sus raíces. Tiene una capa bastante alta. Al lado, la fruta licorosa y de unas notas especiadas y también de carácter láctico, provenientes de su crianza, unos matices balsámicos que recuerdan mucho los que se pueden disfrutar paseando por los caminos, veredas y senderos de esta zona del Empordà, muy próxima a la sierra de la Albera.
En boca tiene una entrada directa, tranquila y con cierto tacto cálido. La acidez, fina y elegante, equilibra con eficiencia la graduación alcohólica, le aporta una frescura y le hace de guía en un paso de boca sedoso, donde muestra unos taninos redondos y muy pulidos y va dejando en cada paso hasta el final de boca los aromas, complejos, que ya percibíamos en la nariz, frutas rojas licorosas, intensas, muy flanqueadas por las notas especiadas y balsámicas. Llegado al final de boca, se desvanece, quedando el recuerdo afrutado y devolviendo las notas de la crianza por vía retronasal. Persiste un buen rato.
Es un vino elegante, todo él muy equilibrado, que cada trago invita a hacer otro. Todo y le queda vida por adelantado, está en un momento espléndido. Llega a mesa uno