Montse Ovejero fue quien atendió la llamada. Le desconcertó que les comunicaran el Premio Honorífico Most 2024 para ella y para su marido, el biólogo Josep Lluís Pérez. “¿Por qué nosotros? Si fuimos varios, los del principio”, recuerda que respondió. Es un lunes frío de invierno en el Priorat. La chimenea calienta la conversación. Pero el calor definitivo es verlos felices contemplando la balsa de Mas Martinet, este año sí, llena de agua. Viven con conciencia y plenitud la vejez. Entrenan cuerpo y mente y tienen proyectos de investigación compartidos lógicamente vinculados a la viña. Han impulsado proyectos educativos, sociales y enológicos y han acompañado de forma decisiva el devenir de la comarca, en los últimos años. Son un matrimonio ávido de conocimiento. Leyeron mucho para aprender más sobre un mundo que les era del todo nuevo, el del vino. “La cabeza tiene que estar ocupada siempre y siempre para bien”, dice Josep Lluís Pérez. Es la primera vez que el Most Festival premia a una pareja. Ambos han tenido un papel destacado en la Escuela de Enología Jaume Ciurana de Falset y en la bodega familiar, pero con diferentes grados de proyección. “Los dos hemos hecho lo mismo, pero uno ha estado más de cara al público. El trabajo siempre ha sido compartido y el estudio, también. Nos levantábamos a las seis de la mañana para leer sobre enología, antes de llevar a los niños a la escuela”, recuerda Josep Lluís Pérez.
Llegan al Priorat a principios de los 80 para trabajar en el Colegio Sant Pau. Se habían conocido en Suiza, donde Josep Lluís Pérez había emigrado de joven. Allí se licenció y aprendió al lado de Jean Piaget. Después vivirán unos años en Sant Cugat del Vallès y estarán dedicados al mundo educativo. “Jaume Ciurana, primer presidente del INCAVI, quería que en el Priorat se pudiera estudiar la especialidad de viticultura y enología, porque no había estudios de segundo grado en ningún lugar de Cataluña y se tenía que ir a Francia”, resalta Pérez. “En el Priorat no quedaba nadie, los jóvenes se iban, la población que había en la comarca era muy envejecida. Era un lugar ideal, por otro lado, para empezar de cero”, recuerda Ovejero. Cuando se abre la Escuela de Enología Jaume Ciurana empiezan a trabajar con la ayuda de enólogos para impartir las clases propias relacionadas con la viña y el vino. El centro lo dirigirá Josep Lluís Pérez. Vierte todo lo que ha aprendido en Suiza, el “solo se aprende haciéndolo”. La escuela se llena de pedagogía y didáctica, con premios de investigación como el CIRIT que aportan recursos, con prácticas de poda en las viñas en contacto con los campesinos, los alumnos hacen vino y lo tienen que vender y comparten viajes de fin de curso en autobús a regiones vitivinícolas de toda Europa que los conecta con otro mundo y con enólogos influyentes.

“Soy agricultor, estuve hasta los 25 años en Quatretondeta trabajando la tierra, pero cuando tuve la oportunidad de estudiar, en Suiza, lo hice. Nada me era extraño cuando llegué al Priorat porque volvía a conectar con la tierra”, dice Pérez. Ambos eran licenciados y podrían haberse quedado a trabajar en la Escuela de Enología como funcionarios, cuando esta pasó a depender del Gobierno. Pero optan por el camino más complejo, que es el de hacer vino, a través de la propuesta que les lanza un día René Barbier. “Pensamos en los hijos. Era importante iniciar un proyecto para ayudar a la comarca, pero también creímos que su materialización era muy diversa, desde preparar el terreno, cuidar la viña, crear el vino, venderlo, comunicarlo… Consideramos que sería un lugar donde nuestros hijos podrían tener trabajo siempre, si lo querían”, revela Montse Ovejero. “Cuando René me dijo que podíamos hacer un vino de 1.500 pesetas, creí que debía apoyarlo. Fue un sí enseguida. No podía ser que el kilo de uva se pagara a 47 céntimos”, recuerda Josep Lluís Pérez. Reconoce abiertamente que siempre ha querido participar de “la evolución social positiva” y que “ha tenido miedo al estancamiento”. “Necesito crear, mejorar y avanzar socialmente en las actividades que participo”, reconoce. “Era lanzarnos al vacío y muy difícil económicamente con cuatro hijos pequeños. Decíamos que no a una seguridad en la Escuela por una aventura”, resuelve Ovejero.
Hoy, entre sonrisas, recuerdan que aún les deben los dos primeros palets que enviaron a Suiza en el 89. Era el primer vino vendido en el extranjero y nunca lo han cobrado. Los inicios no fueron fáciles. La comercialización era todo un reto porque tampoco lo habían hecho nunca. Comenzaron a tener éxito cuando fueron ellos mismos. “Un periodista de Madrid me reunió 25 sumilleres y les di una charla. Les dije que yo era profesor y que no era enólogo y en esa mesa tuve el primer distribuidor en Madrid, porque les explicaba el porqué de la aventura de hacer vino”, recuerda Josep Lluís Pérez.
Revisan con ternura la historia compartida. Hay admiración mutua en las miradas. “René nos enseñó el tipo de vino que podíamos hacer en el Priorat, mirando a Borgoña, de pequeñas fincas y viticultores. Y nosotros lo trasladábamos a todos los que querían hacer vino. Y cuando lo hacían, venían a enseñárnoslo para que les diéramos nuestra opinión”. En paralelo a Mas Martinet, Josep Lluís Pérez impulsa Cims de Porrera y comenzará un itinerario profesional más como asesor enológico que lo llevará desde el Empordà a Egipto, de Suecia al Penedès. Su arraigo es desde hace años en Gratallops y simplifica la fórmula del éxito de los vinos del Priorat: “Hay dos cosas que los hacen grandes: la pizarra, el suelo, y las personas. Esta posibilidad de tener un buen suelo puede existir en otros lugares, pero falta la gente. Hay que sufrir, debe costar vivir” y parece querer añadir que hay que tener confianza y convencimiento en lo que uno decide. Su curiosidad es infinita y la ha transmitido a los hijos. Se lo ha cuestionado todo y necesita pruebas científicas que avalen la intuición, lo que piensa. “En 1993, hicimos 27 microvinificaciones para ver hacia dónde debíamos ir, con diferentes días de maceración, comprando grados de madurez, tipos de crianza con diferentes barricas… Y luego las compartía en las escuelas de sumilleres cuando íbamos a hacer catas y les explicaba nuestro proyecto”, dice Pérez. “Debíamos aprender y debíamos probar”, matiza Montse Ovejero.

Los últimos años las horas de sueño han menguado. Más que por la edad, por la sequía. “Hace 30 años que pienso en el agua. En cada punto de agua, pensaba crear una balsa. Porque el agua es vida y debíamos tenerla almacenada. Tenemos diferentes y también hemos introducido el riego”, explica aliviado Josep Lluís Pérez tras las lluvias de la última campaña. Tiene claro que el futuro exige continuar investigando y él está dispuesto a dedicarle horas: “Queremos saber la mínima cantidad de agua que necesita una planta para poder producir y cómo se debe regar para aprovechar. El agua se evapora mucho y debe ir directamente al tronco, para que pase a las raíces que no deben extenderse horizontalmente sino verticalmente bajo tierra”. Su inquietud los ha llevado a plantar cepas dentro del bosque, pero la sequía también ha ralentizado los primeros resultados del proyecto. “Lo importante es que cepas y árboles convivan. Veremos”, resuelve Josep Lluís Pérez. “Lo que nos interesa es ver si la plantación de viña genera más biodiversidad. Es una manera de aprovechar el lugar y de crear más armonía”, apunta Ovejero.
Definitivamente se complementan. Hablan del vino como una joya, beben menos y eligen las ocasiones. Piensan que el Priorat debe crecer expandiéndose por todo el mundo y siempre, siempre, buscando lo óptimo en la calidad del producto y la diversidad. “Es necesario que siempre sea el campesino quien mande, no las grandes empresas”, afirman. “Los hijos nos han superado en mucho”, dice Montse Ovejero. Josep Lluís Pérez reconoce, entre sonrisas, que le costó hacer el relevo en Mas Martinet, ahora hace 25 años: “Me retiraron y yo estaba en plena forma. Un día me dijeron que ya era suficiente. La dinámica del hacer y del pensar, no te permite dejar de repente el vínculo con la bodega”. En el año 2000 comenzaron a hacer ejercicio diariamente para llegar “a la máxima edad, pero bien”. Mueven el cuerpo, todas las partes del cuerpo que aceptan movimiento. Disfrutan del paisaje con caminatas sin prisa y la parte intelectual continúa muy activada, tanto que han redactado unas memorias por separado que han legado a hijos y nietos donde explican su itinerario vital y profesional. Después de cuidar cepas y de intentar entenderlas durante años, ahora se lo aplican a ellos mismos. Se cuidan para llegar mejor más lejos. Lúcidos y conversadores.
El Most los premia por la generosidad y el compromiso. Dice el director, Xavier Fornos: “Fue un homenaje sincero y humilde a todas las personas que han llegado a encarnar, que son muchas. Todas aquellas que con el trabajo constante y tenaz y con la voluntad de poner en común los conocimientos y la experiencia adquiridos, han contribuido a significar una tierra admirada en todo el mundo que había sido olvidada y despoblada”.
