«Nunca en la historia se habían bebido en el Empordà vinos de tanta calidad como ahora«, decía la sumiller Romina Ribera. Una afirmación que no es poca cosa, porque se tienen indicios de cultivo de la vid y elaboración de vino en ese territorio desde la llegada de los griegos a Empúries, hace 2.500 años. Una historia larguísima que, en los últimos cincuenta años, ha estado estructurada a través de la DO Empordà. Una efeméride que este lunes ha dado lugar a una cata especial; un maridaje ligado a la tierra y la tradición con la colaboración de Girona Excel·lent, el sello que localiza y determina los mejores productos de la tradición agroalimentaria de las comarcas de Girona.

La diversidad del Empordà: siete productos maridados con siete vinos / S.C.
La diversidad del Empordà: siete productos maridados con siete vinos / S.C.

El resultado ha sido un paseo para «saborear el territorio a mordiscos y tragos de vino«, en palabras del cocinero y gastrónomo Pep Nogué, una voz autorizada por los recuerdos de una infancia llena de memorias gastronómicas que alguien tenía que localizar y sistematizar. Nogué reclama la sencillez cuando se habla de los productos de la tierra: «Se manipula demasiado en la cocina, la mejor técnica es casi no tocar el producto y ofrecerlo con la mínima transformación, un poco al estilo de la cocina japonesa«.

Los maridajes más atrevidos

Por eso han pasado por las cocheras del Palau Robert de Barcelona los maridajes más atrevidos, como un Ranci del Bocoi con filetes de anchoa Callol Serrats, ambos con una salinidad acentuada y un regusto muy marcado.

Los rancios y los dulces tienen una enorme tradición en el Empordà / S.C.
Los rancios y los dulces tienen una enorme tradición en el Empordà / S.C.

O el brisat salvaje de Contrapàs blanco, de lledoner -garnacha, en catalán empordanés- con un piumoc, un embutido con las últimas sobras del cerdo que ahora reivindica la esencia de la comarca… Todo ello, pasando también por maridajes más clásicos con quesos, foie y carquinyolis. Y una reivindicación: el rosado Claret d’Albera, del color fuerte que siempre ha caracterizado a los rosados catalanes. Sobre todo, antes de la moda de los de piel de cebolla que llegó de la Provenza. Viñedos de Olivardots, la Vinyeta y la bodega de Gerisena han completado la selección de aquel país pequeño que siempre deja amantes enamorados.

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