En el número 5 de la calle Sant Feliu de Sabadell, desde el pasado septiembre, ocurre algo interesante. Llevataps, el nuevo bar de vinos impulsado por Pol Ortega y Maria Reyes, se ha convertido en uno de esos locales donde se entiende inmediatamente a qué has venido: beber buen vino, comer platillos bien resueltos y disfrutar de un espacio cercano y honesto. De hecho, esta cercanía es lo primero que transmiten tanto el espacio como sus creadores. Ellos, una pareja joven con ideas sorprendentemente claras, tenían la visión muy definida incluso antes de abrir puertas.
El nombre, Llevataps, ya anuncia un vínculo directo y desnudo con el vino. Aquí no hay discursos artificiales ni pretensiones de alta cocina. Hay lo que hay: producto bien elegido, criterio a la hora de seleccionar referencias y un ritmo de servicio natural, sin prisas y sin complicaciones. Ortega domina la sala con naturalidad y conocimiento, mientras que Reyes mantiene el pulso de la cocina con la precisión de alguien que sabe que la sencillez solo funciona cuando está bien ejecutada. Entrar a Llevataps es, de alguna manera, entrar en su proyecto vital. Y eso se nota.
Una estantería de vinos que es carta, discurso e identidad
Una de las cosas que más sorprende del Llevataps es que no tienen carta de vinos física. Lo que tienen es mucho mejor: una estantería llena de botellas, extensa, variada y siempre en movimiento. La selección es amplia, más de lo que muchos esperarían en un local de este formato, y responde al criterio personal de Ortega, que apuesta tanto por pequeños proyectos catalanes como por referencias estatales y europeas con personalidad.
Aquí el cliente puede elegir visualmente, tocar las botellas, leer las etiquetas y pedir consejo. Es un sistema vivo y muy coherente con la filosofía del local: el vino como objeto, como presencia, como protagonista. Y un detalle que gusta mucho: todos los vinos se pueden beber en el local o llevar a casa, con un precio adaptado a cada opción. Esta flexibilidad convierte la visita en una experiencia doble: degustación y compra.
Además, el Llevataps cuenta con una pequeña sección de colmado donde hay productos seleccionados con el mismo cuidado que las botellas: conservas, vermuts, algún aceite especial, detalles gastronómicos que refuerzan la idea de un espacio que quiere generar cultura de producto.

Y si todo esto no fuera suficiente, su propuesta de vinos por copas es larga, variada y cambiante, lo que permite descubrir productos sin compromiso y hace que cada visita tenga una sorpresa diferente.
Platillos que hablan el mismo idioma que el vino
La cocina de Reyes es aparentemente sencilla, pero exige exactitud y buen criterio. No hay cocina caliente, y eso obliga a pensar cada elaboración para que tenga personalidad, textura y coherencia con la carta líquida. Entre los platillos del Llevataps hay algunos que ya se han ganado fama propia.
La ensaladilla es, sin duda, uno de los grandes éxitos de la casa: sabrosa, equilibrada, con un toque de personalidad que la hace especial. El brioche de pulled pork, sorprendente en un bar de vinos sin cocina caliente, es uno de esos bocados que conquistan por la combinación de texturas y por la contundencia justa. El steak tartar, trabajado con cuidado y con un corte impecable, es uno de los platos que más conecta con el amante del vino, porque acompaña tanto a un tinto fresco como a un blanco estructurado.
Y luego están las aceitunas del mes, una idea tan simple como brillante: cada mes el sabor cambia. Esto crea un elemento de juego y novedad que encaja perfectamente con el alma del local, siempre en movimiento, siempre buscando pequeños detalles que enriquezcan la experiencia.
La carta de platillos es corta pero afinada, sin querer competir con restaurantes de cocina completa. Aquí la comida no eclipsa el vino: lo acompaña, lo potencia, dialoga con él.
Un lugar que suma al mapa del vino vallesano
Lo que Ortega y Reyes han conseguido en pocos meses es notable. Han creado un espacio que no quiere ser el más sofisticado, pero sí uno de los más coherentes. Un lugar donde el vino se vive de una manera natural, sin complejos, y donde la gastronomía fría funciona como una prolongación del criterio líquido.
Llevataps es un bar de vinos para quedarse: el ambiente es cálido, la música acompaña sin molestar, y la sala —que Ortega gestiona con una combinación de calma y entusiasmo— hace que todos se sientan bien atendidos. No es extraño que ya haya clientes fieles del barrio y visitantes que regresan cada semana.
En un momento en que el Vallès Occidental vive una renovación gastronómica intensa, un proyecto como este aporta valor real: conversa con el territorio, apuesta por productores pequeños, da vida a la calle y consolida Sabadell como una ciudad cada vez más abierta a la cultura del vino.
Y sobre todo, es un proyecto que respira verdad. No hay artificio. Solo una pareja joven con visión clara, criterio y mucho trabajo bien hecho. Llevataps es un espacio que ya ha comenzado a dejar huella, y todo apunta a que lo hará durante mucho tiempo.

