Las cooperativas siempre han sido una parte muy importante del sector vitivinícola del Empordà. Sin embargo, las fusiones y el paso del tiempo han hecho que el tejido cooperativo del vino haya disminuido considerablemente. Ahora bien, continúan siendo el motor económico de la denominación de origen a pesar de la falta de recursos, tensiones burocráticas y el desconocimiento de la calidad de sus vinos. De esta manera, proporcionan espacios para los productores jóvenes, apoyan a aquellos que se quieren jubilar y reivindican su metodología de trabajo, siempre en conjunto y con decisiones unánimes. Su legado, sin embargo, había sido invisibilizado durante años, dando por hecho su existencia, pero sin explicar detalladamente cómo su supervivencia ha sido clave para el mantenimiento de los vinos de la zona. Aún así, buena parte de la producción vinícola del Empordà todavía depende directamente de las cooperativas.
«El número de cooperativas se ha reducido, pero siguen siendo un motor económico, cultural y social», aseguran los autores del estudio El cooperativismo del vino en el Empordà. El economista Joan Armangué, el arquitecto Joan Falgueras, el periodista y economista Josep Playà y los historiadores Rosa Maria Morer y Albert Testart han decidido poner nombre y apellidos a todas las historias esparcidas que pasan de padres a hijos en el sector cooperativo del vino. En concreto, Morer explica a Vadevi que hasta ahora había poca información sobre el legado de las cooperativas de vino, claves en muchos momentos de la historia del Empordà, pero invisibilizadas. «Queríamos hacer un informe con cara y ojos, explicando todo aquello que nunca se ha dicho», reconoce la historiadora. La realidad, pues, es que el sector vitivinícola tenía una gran cantidad de cooperativas hasta los años setenta. En aquella época era muy complicado montar una bodega como particular y los elaboradores se unían para poder subsistir. «A finales de los sesenta se podría decir que había más cooperativas que particulares», concreta Morer, quien añade que «actualmente es al revés», refiriéndose a la situación del Empordà, donde hay solo tres cooperativas y unas cuarenta bodegas. A pesar de esto, Espolla, Empordàlia y Garriguella son tres vehículos clave dentro de la DO Empordà en términos de producción y calidad de vinos.
Hay varias conclusiones que explican esta caída de las cooperativas, entre ellas las fusiones de diferentes productores o también la voluntad de algunos elaboradores de emprender un negocio en solitario. No solo disminuye el número de cooperativas, sino que los autores también señalan una disminución en el número de socios durante el mismo período (de 1.500 a 126), consecuencia de la falta de relevo generacional y de las nuevas oportunidades laborales que han surgido en el sector turístico y de servicios. «Siempre luchamos contra la Tramuntana», puntualiza Natàlia Duran, enóloga de la Cooperativa Agrícola de Garriguella, haciendo referencia a las complicaciones que el crecimiento en el sector cooperativo. La realidad actual es que una cooperativa tiene una toma de decisiones mucho más compleja que una bodega particular. Todo se decide a través de juntas y con votaciones prácticamente unánimes, lo que provoca un prolongamiento del proceso de reflexión. Por el contrario, sin embargo, Duran recuerda que en una cooperativa «no solo se tiene en cuenta el rédito económico» y añade que «todo el mundo trabaja de corazón», es decir, que los socios buscan ganarse la vida, pero mantener vivo el sector.
Otro de los problemas que tienen las cooperativas, que no se recoge en el estudio, pero que Duran tiene muy presente y considera especialmente relevante, es la dificultad que tienen en quitarse la etiqueta de la baja calidad. En otras palabras, para la enóloga de la Cooperativa Agrícola de Garriguella, el público final a menudo percibe el producto de las cooperativas como si fuera de segunda, es decir, como un vino que no está a la altura de los estándares que se asocian a otras bodegas particulares o incluso con cierto renombre. Esta idea, según la enóloga, aún está muy arraigada en una parte importante de los consumidores y, a pesar de los esfuerzos que se han hecho a lo largo de los años para cambiar esta percepción, continúa siendo un obstáculo. Para ella, pues, las cooperativas también deben luchar por valorar su producto, que «en ningún caso tiene menos calidad que el de una bodega particular», exclama, e insiste que «se deben defender mucho más los vinos de la cooperativa».

Salvar el relevo generacional
El relevo generacional es un conflicto que afecta a muchos sectores agroalimentarios y el vitivinícola no es la excepción. Buena parte de la pérdida de socios de las cooperativas está ligada a esta falta de juventud que quiera continuar con la profesión. No obstante, las cooperativas tienen cierta ventaja a la hora de reclutar nuevos productores. Desde hace unos años, cuando comenzaba a caer el número de socios, el cooperativismo se convirtió en la única manera en que los jóvenes viticultores podían poner en marcha sus proyectos. En este sentido, montar una bodega es muy caro y si no viene de herencia familiar, muchos elaboradores no tienen suficientes recursos para poder avanzar. Es por esto que Morer -autora del estudio- reconoce que el alquiler de viñedos es prácticamente un reclamo en el Empordà, ya que los jóvenes elaboradores pueden disponer de algunas hectáreas para poder cultivar sus viñas y elaborar sus vinos. «Como todo el mundo, las cooperativas también han ido adaptando sus funciones», expresa la historiadora y autora del estudio.
También Duran reconoce que el alquiler de viñedos que proporcionan las cooperativas es clave para el relevo generacional, ya que aporta cierta estabilidad a aquellos que quieren comenzar un proyecto. Sin embargo, la enóloga de la Cooperativa Agrícola de Garriguella admite que tienen planes para aquellos socios que se jubilan. En muchos casos, no solo apoyan a los jóvenes sino que acompañan a los mayores para que sus terrenos no queden en desuso: «Buscamos la manera de mantener el sector, aunque haya gente que se quiera retirar», afirma Duran. Por eso, desde las cooperativas se establecen convenios o acuerdos que permiten a las nuevas generaciones acceder a tierras de calidad sin tener que hacer una gran inversión inicial.
El ciclo del cooperativismo
El estudio de las cooperativas del Empordà no es definitivo y los mismos autores dejan un final abierto. Morer remarca que «es atrevido decir que todo es cíclico», pero tampoco ve claro que se avance hacia un futuro sin cooperativas. De esta manera, los autores del informe confirman que todos se han tenido que ir adaptando a los nuevos tiempos y si en algún momento los productores decidieron que montar empresas vitivinícolas particulares era mucho más interesante, no hay certeza de que estas afirmaciones no puedan cambiar. La misma opinión tiene la enóloga de la Cooperativa Agrícola de Garriguella, quien insiste que cada vez hay más personas que se vuelven a interesar por el cooperativismo. La realidad, pues, es que la inestabilidad económica y la falta de relevo generacional pueden devolver al Empordà a la estructura que tenía en los años setenta, cuando las cooperativas eran el gran músculo del sector y los particulares una vía alternativa para explorar.