«En Tossa de Mar vas por el bosque y te encuentras cepas abandonadas, el vino fue muy importante hasta no hace tantos años» explica Carles Ribas, un vecino del municipio de toda la vida que se crio en el campo, en una familia de masoveros. Él, como tantos otros, dejó la tierra por el mar, como patrón de pesca y de embarcaciones recreativas. Hasta que un desafortunado accidente le dejó secuelas importantes, como una diplopia que le hace ver doble y que, por lo tanto, lo invalida como patrón. Punto final, no. Punto y aparte.

Volver a los orígenes
Porque no solo hay aventuras en el mar. «Decidí que volvía a los orígenes«, explica Ribas, «mi abuelo había hecho vino y yo, que no tenía ni idea, me asesoré. Compré un depósito de acero inoxidable para la fermentación y unas botas de roble para la crianza«. Al principio, compraba toda la uva, pero hace quince años plantó una pequeña parcela de cabernet sauvignon que vendimia a mano y le da unos centenares de botellas, a pesar de las trabas administrativas: «Que no hagan que la gente lo deje», se queja. Sea como fuere, el caso es que Ribas y su familia han salido adelante «L’Escabellat de Garsenda«, un vino de payés que devuelve el gusto perdido de aquel pasado de tantos siglos, cuando los tossencs vivían del mar y la tierra.

Carles Ribas también elabora con uva que compra no muy lejos para completar una gama que incluye un espumoso y un dulce. Valora la producción de proximidad, y por eso ofrece algunos productos -escogidos- como aceite, embutido y queso. Es fácil encontrarlo en Tossa, solo pasando la muralla, en la plaza de Armas, en una parada bajo el letrero Artesanos de Tossa. Probadlo todo y estallad la charla, entenderéis algo más el carácter de un pueblo que, desde siempre, ha sido diferente.
