El proyecto de CAN-VI comienza después de que Jordi Soler leyera un artículo sobre las diez tendencias del mundo del vino. Entre ellas se encontraba el cambio de representación y embotellado del producto, una moda que se estaba materializando en los mercados extranjeros en forma de vino enlatado. A raíz de esta lectura, Soler contacta con Cristina Vaqué, excompañera de trabajo en el sector vinícola, para comentarle la idea y motivarla a comenzar el proyecto conjunto. Ambos inician lo que hoy es un proyecto exitoso de la mano de un tercer socio, el enólogo Jordi Llorenç.
«Comenzamos con un vino blanco», explica Soler, quien añade que «era una apuesta arriesgada, pero nos pareció que podía encajar en una nueva manera de consumir vino, especialmente para un público joven y dinámico». La bodega, dedicada exclusivamente a la producción de vinos enlatados y de mínima intervención, exporta aproximadamente el 95% de su producción. El 5% restante por ahora, solo se puede encontrar en la provincia de Barcelona, aunque Soler lamenta que en el mercado nacional falta mucho trabajo pedagógico para facilitar el consumo del vino enlatado, quizás en momentos que no estamos tan acostumbrados. En el extranjero se encuentran que este trabajo pedagógico ya está hecho y ya hay un cierto consumo de este producto. «En Estados Unidos, por ejemplo, nuestro vino está comenzando a hacerse un lugar entre los consumidores que buscan productos naturales e innovadores», comenta Soler.
La filosofía de la bodega se basa en el respeto por la viña y en la intervención mínima durante el proceso de elaboración. «Hacemos fermentaciones espontáneas y crianzas en ánforas», añade uno de los creadores del proyecto. Este método, cada vez más valorado en el ámbito del vino natural, permite expresar el carácter de la uva con la mínima manipulación posible. La idea de comercializar el vino en este formato responde tanto a una tendencia de mercado como a una necesidad de facilitar el consumo. «Imaginamos un futuro donde ir a tomar un vino sea tan sencillo como pedir una cerveza en un bar. La lata lo permite: es fácil de almacenar, enfriar y servir», apunta Soler.

Actualmente, CAN-VI elabora unas 40.000 botellas entre sus cinco referencias. Comenzaron con un vino blanco, continuaron con un vino tinto y un rosado, para acabar elaborando un par de ancestrales, que confiesa Soler, que son en los que más problemas tuvieron a la hora de enlatar, ya que les costó mucho encontrar la burbuja perfecta para soportar dentro de la lata.
Una imagen atractiva y moderna
Otro aspecto fundamental del vino enlatado es su diseño. «Para tener éxito, el packaging debe ser atractivo y llamativo», explica Soler. «Nos costó llegar a un diseño que transmitiera nuestra filosofía, pero estamos muy contentos con el resultado», añade.
También hay un componente ecológico que cada vez más consumidores tienen en cuenta. «El reciclaje de latas es mucho más eficiente que el del vidrio. Además, el peso más ligero de las latas reduce la huella de carbono en el transporte», explica Jordi. Así, el vino enlatado no solo representa una alternativa moderna y conveniente, sino también una opción más sostenible para el futuro del sector vinícola.
Esta apuesta por la innovación y la calidad ha hecho que el proyecto de Jordi Soler, Cristina Vaqué y Jordi Llorenç, sea una referencia en el sector del vino natural y sostenible. «El futuro del vino enlatado en Cataluña es incierto, pero estamos convencidos de que hay un mercado potencial por explorar», concluye Soler. Con su propuesta, esta bodega está redefiniendo la manera en que consumimos el vino, haciéndolo más accesible sin renunciar a la calidad y el respeto por la tradición vinícola.