La producción mundial de vino alcanzará su mínimo histórico este 2024, según las estimaciones preliminares de la OIV (Organización Internacional de la Viña y el Vino). El cambio climático se convierte así en la primera causa de la caída de la cantidad de fruta cosechada este año y se convierte en la fuente innegable de la reducción masiva de las cosechas. No es ningún secreto que esta cuestión provoca cierta preocupación dentro de las bodegas, que ya reconocen que podrán vender menos botellas. Además, tampoco es una condición excepcional, ya que la climatología inestable ha venido para quedarse. Es evidente, pues, que la transformación del sector depende de la agilidad que tengan las empresas vinicultoras para adaptarse al cambio. No obstante, el dato bajo mínimos no parece despertar opiniones catastrofistas. Desde la OIV reconocen que podría aportar estabilidad al sector, muy afectado por una bajada también considerable del consumo de vino mundial. Incluso los expertos argumentan que tener menos producción puede ser el aliado perfecto de las bodegas catalanas, dedicadas a tiempo completo a recuperar la identidad catalana de sus vinos y revalorizarlos nacionalmente e internacionalmente.
Las cifras de este año no son esperanzadoras a escala mundial. La complicada climatología que se ha vivido en los principales países productores de vinos ha provocado la caída masiva del volumen de uva cosechada en las vendimias. España, Italia y Grecia se han llevado la mayor parte de estos daños y se estima que el retroceso de la producción sería del 2% en comparación al 2023, hasta los 231 millones de hectolitros, el más bajo de los últimos sesenta años. Ahora bien, la caída no despierta el pánico de la OIV, que en el último informe preliminar destaca el optimismo del organismo ante estas cifras. Tampoco están especialmente alarmados los expertos, porque tal como explica Eloi Montcada, clúster manager de INNOVI en una conversación con Vadevi: «La diferencia entre producción y consumo siempre se utiliza como elemento regulador del mercado». La realidad, pues, es que no solo cae la producción sino que el consumo de vino mundial también comienza a tocar mínimos históricos, una tendencia que avisa desde hace años del viraje social hacia una vida más saludable. Así pues, las conclusiones de la OIV y los expertos demuestran que la caída de la producción equilibra el sector, ya que con menos personas dispuestas a comprar vino es más probable que el volumen reducido se traduzca en el agotamiento de los stocks y no en la sobreproducción.
Cataluña, sin embargo, vive una realidad más compleja que va más allá del binomio producción-consumo. En primera instancia, Montcada argumenta que hay una clara evidencia de que es necesario reducir la producción de vino mundial, pero que «la bajada de la cantidad de fruta cosechada no es favorable para los agricultores». En este sentido, pues, tener menos uva también reduce los ingresos de los viticultores que deben hacer un esfuerzo económico mayor para continuar produciendo. «Hay que compensar la caída de la producción con el aumento del precio», destaca el clúster manager de INNOVI, quien define que por consecuencia «las bodegas deben pagar más por la fruta que reciben». De hecho, esta ya es una práctica extendida en Cataluña y según los datos que confirma Montcada, «se han pagado los precios más altos de la historia por la uva». Así pues, la inevitable caída de la producción debe paliarse con una revalorización de la fruta, pero también del producto final.
En esta última parte es cuando las cosas comienzan a torcerse. A juicio de Montcada, «el consumidor no está del todo preparado para pagar más por el vino». De esta manera, todos los actores de la cadena de producción hacen los esfuerzos necesarios, pero una vez se ve reflejado en el precio, los clientes no lo acaban de ver claro. «Al fin y al cabo, baja la producción, el consumo y también el poder adquisitivo», remarca el experto, quien reconoce que la inflación ha jugado en contra estas políticas de revalorización del vino que se están implementando en las bodegas de Cataluña. «No puedes vivir sin arroz y tampoco sin pagar el alquiler, pero sí que puedes vivir sin vino», lamenta Montcada haciendo referencia al hecho de que los anhelos de revalorización de las empresas vitivinícolas chocan con la realidad económica de las personas. Aun así, el jefe de INNOVI se mantiene optimista e igual que la OIV asegura que la caída de la producción es una oportunidad para el posicionamiento de la marca catalana y que «los vinos de nuestro territorio todavía tienen mucho margen para crecer».

La oportunidad de oro para competir
Una segunda lectura sobre la caída de la producción mundial y sus efectos en el mercado catalán es la oportunidad de competir a más alto nivel. Así lo describe Salvador Puig, director de la sección de Viticultura y Enología de la Institución Catalana de Estudios Agrarios (IEC) y antiguo director del INCAVI, que afirma que los vinos catalanes «pueden aprovechar la caída de producción para reivindicar aún más el valor del producto del territorio». De esta manera, para Puig las tendencias del consumidor varían, y por tanto en un mundo con menos vino, el catalán debe posicionarse muy fuerte. «La competencia siempre es más dura cuando no hay tanto producto«, explica el experto, quien reconoce que gracias a todo el trabajo que hacen los consejos reguladores de las Denominaciones de Origen, la identidad catalana comienza a ser conocida en todas partes. «El binomio catalán debe ser: menos kilos y más valor», concreta el exdirector del INCAVI y director de la sección del IEC.
La revalorización y la identidad catalana son dos asignaturas pendientes de las bodegas, que aunque ya están trabajando en ello, todavía les queda un largo camino por recorrer. Para Puig, este aumento de valor exige reivindicar las variedades autóctonas catalanas y ponerlas en el mapa a través de la promoción del territorio. Gracias a la recuperación de viñedos de Cataluña, Puig confía en que «los catalanes tendremos un producto único para vender al exterior». En definitiva, el experto está convencido de que la caída de la producción debe vivirse como una oportunidad empresarial y que, aunque el cambio climático ha sido el responsable, hay que sacar provecho de la situación para posicionarse. «Debemos huir de los vinos commodity y apostar por Cataluña, solo así conseguiremos diferenciarnos del resto», sentencia el experto.
Un cambio inevitable
Es evidente que el cambio climático es un problema estructural y las consecuencias en el campo han sido devastadoras. Los últimos años de sequía han creado una situación inestable para agricultores y bodegas, y, además, han provocado giros de guion en las tendencias de consumo. «Los vinos tintos han perdido la partida», recuerda Puig, haciendo referencia a los nuevos gustos de los consumidores, que prefieren los vinos blancos, rosados e incluso espumosos. El innegable cambio ha maltratado algunas zonas del mundo donde la producción no solo ha caído sino que los vinos se han dejado de vender a los pocos clientes que quedaban, pero Cataluña se ha salvado. Tal como apuntan Montcada y Puig, las bodegas catalanas tienen una alta producción de espumosos y vinos blancos, lo que hace pensar que «la tendencia mundial no debería afectar mucho», explican. Además, el cultivo ecológico ya aglutina la mitad de la producción total de vinos catalanes, lo que demuestra que hay una clara apuesta por la sostenibilidad. Lejos de ser dos hechos aislados, el director de la sección de Viticultura y Enología de la Institución Catalana de Estudios Agrarios (IEC) confirma que «son las claves de la supervivencia» y, por tanto, si la identidad y la promoción conviven con los cultivos de vinos ligeros y ecológicos, Cataluña no tendrá que sufrir.