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Menos vino, pero mejor: la tendencia que transforma el sector en Cataluña

El futuro del sector vitivinícola no se mide en litros, sino en calidad. Hay un cambio silencioso pero imparable en el fondo de cada copa. En Cataluña —como en buena parte del mundo— se bebe menos vino, pero el que se elige, se bebe mejor. No es solo una tendencia, sino una revolución cultural que transforma la manera en que nos relacionamos con el vino, con el territorio y con el tiempo. El consumidor actual busca experiencias más significativas, proyectos con alma y productos que hablen claramente de dónde vienen. El vino deja de ser un producto más para convertirse en un relato. Y el vino catalán tiene mucho que contar.

El panorama vinícola del país vive, así, un momento de transición. Aunque las cifras globales de consumo son bajas, hay indicadores claros que apuntan hacia una valoración más alta del producto local, de calidad y elaborado con criterios sostenibles. Según datos de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE), el consumo de vino en el Estado español aumentó un 2,5% en el año 2024, alcanzando los 9,9 millones de hectolitros. Cataluña, con el 10,3% del total, mantiene su peso dentro del sector vinícola estatal. Pero este pequeño repunte no oculta la realidad: se bebe menos a menudo, pero se bebe con más criterio.

El ascenso de los vinos con DO catalana

Uno de los indicadores más claros de este cambio de paradigma es la consolidación de los vinos con Denominación de Origen catalana. Según un informe del Institut Català de la Vinya i el Vi (INCAVI), la cuota de mercado de estos vinos ha pasado de representar el 27,8% del consumo en Cataluña en 2010 al 41,5% en 2020. Es un dato que habla por sí solo: el consumidor apuesta por proyectos arraigados, que transmiten paisaje, cultura e identidad. Ya no basta con una etiqueta atractiva. El consumidor quiere saber quién está detrás de un vino, cómo se ha elaborado, de dónde proviene y qué defiende. Esta exigencia ha obligado al sector a dar un paso adelante: más transparencia, más compromiso, más autenticidad.

El valor de las variedades locales y la sostenibilidad

Este cambio también ha puesto en valor las variedades locales, algunas de las cuales habían sido relegadas durante décadas. Cepas como el sumoll, la garnacha peluda, o el picapoll han regresado a los viñedos catalanes con fuerza. Recuperarlas no solo implica defender un patrimonio agrario, sino también ofrecer al consumidor vinos diferentes, con personalidad propia y ligados a un territorio real.

Paralelamente, el compromiso con la sostenibilidad se ha convertido en un criterio clave. Cataluña lidera el ranking estatal en superficie de viña ecológica. Según datos del CCPAE, casi un 40% de la viña ecológica certificada en España se encuentra en tierras catalanas. Lo que antes era una apuesta arriesgada, hoy es casi una obligación para cualquier bodega que quiera mirar al futuro.

El enoturismo y la nueva relación con el consumidor

Una de las herramientas más potentes para explicar este cambio ha sido el enoturismo. Las visitas a las bodegas, las catas en viñedo, los festivales entre cepas o las experiencias gastronómicas maridadas han redefinido la relación entre productor y consumidor. Ahora quien bebe vino a menudo ha pisado el viñedo, ha escuchado la historia y ha conocido de primera mano a las personas que están detrás. Esta conexión emocional es clave para fidelizar, pero también para educar. El vino deja de ser un misterio inaccesible y se convierte en un producto cultural, cotidiano y cercano.

Imagen de un campo de viñedos en el Pla de Manlleu | Foto: ACN

Proyectos que ya miran al futuro

En diferentes denominaciones de origen catalanas como la DO Terra Alta, la DO Alella, la DO Conca de Barberà, en los últimos veinte años han experimentado un gran cambio, pasando de vender una gran parte de su producción a granel a venderla prácticamente completamente a vino embotellado. Esto es gracias a diferentes pequeños proyectos que han surgido intentando preservar la tradición pero mirando a la modernidad, elaborando vino con valores y a la vez con un gran éxito comercial. Muchos de estos proyectos están liderados por jóvenes —a menudo con formación diversa y experiencia internacional— que han regresado al viñedo con una mirada nueva. Y esto se nota tanto dentro de la botella como en la manera de comunicarse con el mundo.

El reto de no perder el norte

Pero todo avance conlleva también riesgos y retos. El principal para el sector vinícola catalán será no dejarse arrastrar por modas vacías ni convertir el relato en marketing vacío. Es necesario seguir invirtiendo en formación, divulgación y en una relación honesta con el consumidor. También será clave saber defender el vino como patrimonio cultural, como símbolo de convivencia y como producto saludable dentro de un estilo de vida equilibrado. La demonización indiscriminada del consumo moderado de alcohol puede poner en riesgo todo este ecosistema cultural y económico.

El vino catalán se encuentra en un momento decisivo. Quizás ya no se vuelvan a ver las cifras de consumo de otras décadas, pero esto no debe vivirse como un fracaso. Todo lo contrario: el sector debe continuar profundizando en esta apuesta por la calidad, por el relato honesto y por la conexión con la tierra. El futuro no se mide solo en litros vendidos, sino en momentos compartidos, en memoria gustativa y en valores. Y en este escenario, el vino catalán tiene mucho que decir. Quizás más que nunca.

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