Las cooperativas vitivinícolas forman parte del sector desde hace siglos. Más de una de estas asociaciones de agricultores tiene cien años de historia y sigue demostrando que unirse termina siendo la solución a los problemas estructurales de la agricultura. Desde que el sector se ha convertido en un pozo de conflictos y dificultades, el cooperativismo se ha hecho un lugar para intentar ser un espacio seguro, asambleario y funcional que da la potestad de decidir sobre cuestiones importantes a los trabajadores del campo. Sin embargo, la rapidez con la que cambia la manera de trabajar las tierras y la constante necesidad de adaptarse a las nuevas tecnologías han aumentado las inseguridades sobre estos modelos empresariales. En muchos casos, la rigidez y la visión cortoplacista de los socios, marcada por una firme tradición de tomar decisiones en conjunto, podría haberles hecho perder oportunidades. Es evidente, pues, que unirse para sobrevivir ha sido la respuesta de los agricultores desde siempre, pero en un mundo global como el actual, donde el consumo reducido y la baja producción han causado estragos en todo el sector, se abre la duda de la efectividad del cooperativismo, o al menos del modelo cooperativo tradicional.
«El movimiento cooperativo fue una solución nacida de la pobreza absoluta», afirma Francesc Reguant, director del Observatorio de Economía Agroalimentaria del Colegio de Economistas. De esta manera, el experto asegura en una conversación con Vadevi que la viticultura depende de las cooperativas «desde hace años». En concreto, alrededor del 60% de la producción de vino catalán se realiza desde estos modelos empresariales y suelen ser gigantes que compiten cara a cara con las empresas privadas más potentes. Abanderadas de los derechos de la agricultura, las cooperativas hacen eco de la búsqueda del equilibrio entre la venta, la producción y el buen funcionamiento interno. En otras palabras, los agricultores son los amos y señores de lo que se hace con su fruto y, por lo tanto, son los mejor recompensados por este trabajo. No obstante, como ocurre con muchos modelos antiguos, algunos funcionamientos quedan obsoletos. Fuentes del sector explican a este diario que algunas cooperativas no se han adaptado bien a la modernidad actual y aún mantienen los mismos procesos que hace décadas, en algunos casos incluso siglos. De esta manera, la integración de las nuevas tecnologías por parte de las cooperativas es una elección asamblearia y votada en democracia, una situación que «a veces ralentiza la toma de decisiones, o incluso la detiene», lamentan.
En la misma línea comenta el gerente de la cooperativa Castell d’Or, Jordi Amell, quien reconoce que las desventajas del cooperativismo se relacionan con la lentitud con la que se aceptan los cambios, que en algunos casos termina creando una desigualdad de condiciones a la hora de competir con empresas privadas. «Son situaciones conocidas que se hablan desde hace tiempo, pero nosotros siempre hemos intentado sobreponernos a esta clase de funcionamiento», explica Amell. En este sentido, Castell d’Or trabaja con un modelo de cooperativa más integrado en el funcionamiento moderno actual. La toma de decisiones o la adaptación de las nuevas tecnologías «es más rápida», confirma el gerente de la cooperativa. Este hecho les hace ser percibidos como una empresa privada en el exterior, aunque Amell remarca que «el cooperativismo forma parte de nuestra esencia». Gracias a esta puesta en escena, la cooperativa compite con grandes marcas privadas, pero Amell insiste en que no son ajenos a las desventajas a las que se enfrentan las cooperativas. Así, coincide con algunas opiniones del sector que constatan que debe haber un cambio de rumbo en el funcionamiento de las cooperativas para adaptarse a los nuevos tiempos: «Antes solo intentábamos mejorar la vida de los agricultores, ahora buscamos mostrar nuestra identidad para competir en el sector», dice el gerente de Castell d’Or.

Precisamente sobre la competencia, Reguant describe que «las cooperativas son el futuro de la viticultura», pero que «deben mejorar su comercialización». En este sentido, según confirman la mayoría de expertos consultados, la rapidez de comercialización puede convertirse en una desventaja en un mercado tan competitivo como es el del vino y el cava. Es por eso que la propuesta del director del Observatorio de Economía Agroalimentaria del Colegio de Economistas es el traspaso de cualquier materia de comercialización a empresas mercantiles. «Las cooperativas salvaron el sector vitivinícola, pero actualmente necesitan más velocidad de comercio para competir», comenta el experto.
Abandonar la venta a terceros
Históricamente, las cooperativas eran modelos empresariales que se centraban en la venta a terceros. Tal como argumenta Amell, «el comercio a granel era una parte muy importante del negocio de las cooperativas». El cooperativismo centenario, pues, se basaba en la seguridad de los agricultores frente a las adversidades del sector y no tanto en el rasgo identitario del producto. Para los expertos, sin embargo, esta es una visión obsoleta en cierta manera, ya que actualmente la identidad del vino y el cava catalán juega un papel muy importante en su comercialización. Por eso Castell d’Or busca convertirse en una cooperativa que trabaja democráticamente, pero se comporta hacia el exterior como una empresa privada: «Intentamos llegar a los consumidores, pero no somos los únicos». De hecho, para Amell, este viraje hacia la identidad del producto de las cooperativas y el abandono de la venta a terceros es uno de los puntos clave de éxito que están implementando otras cooperativas, ya que asegura la competencia directa con las compañías privadas tradicionales.
La santa trinidad: seguridad, papeleo y asesoramiento
Para muchos agricultores las cooperativas han sido el salvavidas de su negocio. La venta directa a un establecimiento de manera anual ha asegurado la supervivencia de muchos productores agrícolas, sobre todo después de tres años de sequía y una caída considerable de la producción en prácticamente todo el territorio vitivinícola catalán. Joan Josep Raventós, responsable de vino y cava de la Federación de Cooperativas Agrarias (FCAC) asegura que el trabajo de las cooperativas ha sido clave y esencial para la resiliencia del sector. Así pues, el experto pone sobre la mesa la gran labor del cooperativismo y aunque reconoce que «no siempre hay una gran diferencia en el precio de la uva dentro y fuera de una cooperativa». Por el contrario, explica que «los servicios adicionales aportan un gran valor añadido». Para Raventós, la seguridad, el asesoramiento legal y la simplificación del papeleo dentro de las cooperativas «dan tranquilidad a sus socios». De esta manera, el responsable de vino y cava de la FCAC confirma que «aunque el valor añadido no se vea reflejado en el precio de liquidación, es de gran importancia dentro de la cooperativa». Una razón más, pues, que refuerza la teoría de que el futuro vitivinícola es cooperativo, y coincide con la conclusión de Reguant: «Un agricultor solo o es muy fuerte o no tiene salida».