Es una pregunta trampa. Porque la respuesta podría ser digna de un trabajo de investigación con base científica que daría como resultado múltiples matices. Pero lo cierto es que ahora sale a colación porque no hace demasiados días nos hemos sentido repitiendo esta pregunta mil y una veces a las personas que han atendido la 080
Y siguiendo el hilo, no estábamos ante un consumidor del Estado español, sino que atendimos a personas de todas las procedencias imaginables: norteamericanas, británicas, de países nórdicos, algunas incluso de China y Japón.
La sorpresa quizás no fue tan mayúscula la primera vez.
«Una copa de verdejo«, pide la primera persona que se acerca a la barra. «No tenemos, aquí servimos vino catalán, que viene de esta y otra región, que se hacen con las variedades x y y…». Y seguía la explicación que con la oferta que teníamos expuesta seguro que encontraríamos alguna propuesta que se asemejara al estilo del vino que quería y que seguro que marcharía contenta.
«Un verdejo», volvía a sonar. «Y si no tenéis verdejo, que sea un albariño», decía otra. Y así, hasta que mientras iban pasando los desfiles y nuevos diseños por la pasarela, de golpe un cambio: «Me ha gustado mucho aquel vino que habéis servido antes, el que quería «sustituir» el verdejo», decían refiriéndose a un vino del Penedès hecho con la variedad xarel·lo. «¿Tenéis más?», pedían. Y así muchas veces. Hasta que, cuando ya empezaban a coger desparpajo y confianza con el público, nos atrevimos a preguntar. «Pero, ¿qué tiene el verdejo que os gusta tanto?». Y la respuesta, chocante: «Es esa