Es el ejemplo que no se nace, sino que uno se hace. “Me adentro en el bosque gracias a la fotografía, como hobby. Un amigo mío me dijo de ir a retratar el arrastre de los troncos con machos. Me advirtió que lo tenía que fotografiar porque era una cosa que se perdería. Sería en el año 81 o 82”, recuerda. Eloi Madrià Roura (Cassà de la Selva, 1956) ha aparcado hace poco el oficio de pelador de corcho. Tiene 67 años, se jubila, pero como los artistas no dejará nunca de latir y respirar Las Gavarres. Le preocupa, eso sí, que el oficio se pierda, pero es de quienes a menudo ve el vaso medio lleno.
“No hay aprendices como cuando yo empecé”, se lamenta. Y por eso mira de resolverlo implementando cursos formativos en la Escuela Agraria Forestal de Santa Coloma de Farners. Hasta su última campaña, cada año se ha empecinado a formar un pelador. “Esto me hace sentir tranquilo, el hecho de colaborar. Mi única condición, mi único precio, es contribuir y hablar siempre”, espeta.

Más de cuarenta años escuchando la vida secreta de los árboles
Han estado más de 40 años de dedicación y de aprecio. La vida secreta de los árboles lo ha atravesado y definido. Ha usado unas sesenta hachas a lo largo de la vida laboral. Dos, están creadas por maestros artesanos y una de estas se expone temporalmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Después la dará al Museo del Corcho de Palafrugell. Explica: “Es la herramienta más importante. Piensa que este oficio de pelar es una pequeña intervención quirúrgica pero sin anestesia. Se tiene que ser cuidadoso, la herramienta tiene que cortar bien y tú tienes que tener oficio. Tienes que hacer un gesto preciso e interpretar la información que te da el árbol. No hablo con los árboles como dicen, sino que los escucho. No me quiero comparar con los tenistas, pero es cierto que el hacha es una extensión de la mano y del brazo. Y lo que es importante es retirarse cuando el árbol no quiere. Aquella expresión que a menudo utilizo: Si él no marcha, marcha tú, déjalo tranquilo”.
Habla de los árboles apreciando la vida. Se le adivina la desazón y el oficio desde el primer minuto de conversación. Le gusta explicarse sin prisas y odia hablar del tiempo a pesar de que el calor insoportable es el comodín para iniciar cualquier conversación. «A 25 años me adentro en el bosque. Lo conocía de excursiones pero no desde la vertiente laboral. Fui entrando y dejando los trabajos que tenía en casa. Pacté con mi hermana encargarme solo de las compañías aseguradoras, pero finalmente también las aparqué. Después vendría la cáscara del corcho». Y sigue. “Entonces la figura del aprendiz todavía tenía un poco de vida, hoy ya no la encontramos en ninguna parte. Hay autodidactas, pero hacer el aprendizaje con una persona que conoce, fijarse, entrar y arrastrar la técnica, pero también la cultura… No está”, se lamenta.
Él sí que lo encontró y probablemente por eso se sumergió de pleno. Ha trabajado siempre por su cuenta, como autónomo, ganándose la confianza de los clientes. Matiza: “Con un gesto recíproco. Sabía que cada día tenía que ratificar la confianza. Y esto me ha servido para avanzar y para crecer y para conseguir la autoestima que va por dentro”.

El corcho, el primero confidente del vino
Al bosque entró haciendo trabajos forestales de mejora del alcornoqiue. Reconoce que hoy, como las grandes ciudades, hay una sobrepoblación. Después llega el contacto estrecho y delicado con el corcho, siempre condicionado por la meteorología y por el corto periodo que el bosque se deja intervenir, de los voltios de San Juan a San Jaime. “Han pasado entre 60 y 65 años en un árbol antes de que no tengamos una corteza apta para hacer un tapón de corcho”, advierte. Y continúa: “Habitualmente pongo de ejemplo una tabla de cuatro patas que no tiene que bailar, que tiene que estar muy trabada. Una es el bosque, el árbol, el alcornoque. La otra es lo taper, que le llega la rusca del bosque y tiene que conseguir un tapón bueno. La tercera es la bodega y la cuarta es el restaurador. Cuando cae la bellota en el bosque empieza la fiesta que acaba a mesa”.
Reivindica toda la cadena de valor, empezando por el trabajo esforzado y genuino del pelador y la voluntad del propietario del bosque de cuidarlo. “La base del oficio es el respeto hacia el árbol, es el actor principal, que nos dará la pieza, la rusca, por después hacer tapones. Hay que pensar en el árbol, en el taper, y reconocer que el corcho es un pequeño tesoro que permite que el vino llegue vivo a mesa”. El sumiller Josep Roca (Celler de Can Roca) habla del corcho como el primero confidente del vino y en alguna conversación con Eloi Madrià le ha reconocido que muchos vinos viejos, y particularmente uno de los años 30 que bebió en la Borgoña, había aguantado el tipo por la calidad del corcho.

«Si rentabilizas el bosque, lo estás protegiendo»
“Actualmente, trabajamos el 60% del potencial corchero, todavía hay un 40% en solfa. Tenemos que esponjar bosques, sacar planta dominada. El ecologismo y la economía, cuando se avienen, protegen. Siempre me ha gustado provocar, porque pienso que es la manera más efectiva de comunicar. Cuando rentabilizas el bosque, lo estás protegiendo. Si no sacas rendimiento, el bosque se abandona. Y el riesgo es muy alto y tenemos que evitar de todas, todas, los grandes fuegos. Que habrá siempre en el Mediterráneo, pero tenemos que ahorrarnos los devastadores. Siempre recomiendo escuchar el discurso sincero y reflexionado del bombero Marc Castellnou”, comenta.
Eloi Madrià es optimista, pero no quiere dejar de hablar en plata y manifestar sus preocupaciones. “Considero que a las amistades les tienes que poder decir las verdades, sin riesgo de perderlas. En cuanto a mi sector, me quita el sueño que hoy los trabajos se hacen a destajo. Hay una expresión que dice
Convencido a apoyar y a seguir enalteciendo el oficio, no vive de espaldas a los beneficios de la tecnología, pero recuerda que los trabajos artesanales han empleado durante muchos años las mismas herramientas y se han seguido transformando. “En el mundo del corcho hay una moto-sierra pequeña que tiene un sensor y que detecta la humedad del árbol. No lo abre y le hace un corte vertical y después uno de circular, lo descorretja. Ayuda a pelar, es útil para árboles muy gordos, pero tienes que acabar la operación con una hacha. En nuestros bosques, no nos hace falta, porque con tres o cuatro aperturas de hacha, ya nos vale”, sentencia.

Un poso cultural añadido a la cura del bosque y respeto por el árbol
La cáscara no es solo un gesto mecánico que permite obtener diariamente entre 300 y 400 kilos de corcho, sino que hay todo un poso cultural añadido de cura del bosque y de respeto por el árbol, que Madrià mira de significar, incluso cuando comparte una botella de vino. “Los peladores tenemos una manera característica de coger el tapón, que es situarlo entre el anular y el dedo gordo y hacerlo rodar. Esto viene de la época de las triadores de corcho”, revela. Se desvive para explicar detalles.
Recomienda vinos de amigos, desde Martí y Fabra a Mas Molla. Le gusta escuchar el elaborador, como le descubren matices y variedades. “Y me gusta husmear el tapón y el vino, pero sin aquel punto esnob. También pico en porrón, pero me complace el protocolo de abrir un vino y hablar, con una buena comida y una conversación que lo acompañe”, dice.
Eloi Madrià y Roura es un hombre que canaliza la fuerza del brazo a través de la sensibilidad de la palabra.